Este fin de semana, tuvo lugar en el estadio “El Volcán”, una edición más del que se ha convertido en un juego emblemático de nuestro balompié: Tigres vs América.
A propósito de este encuentro, ganado por las Águilas al son de tres goles a uno, me voy a permitir abrir el baúl de los recuerdos, para compartir con usted la siguiente historia.
Por ahí del mes de octubre de 1984, fui designado para dirigir precisamente este choque, a jugarse en San Nicolás de los Garza, sede del cuadro felino.
El favorito natural era el América, con una alineación plagada de estrellas, dirigidos en aquel momento por “El Maestro” Carlos Reinoso.
Del otro lado también estaba un once muy bien armado, de la mano de Manuel Lapuente.
El partido inició ante un llenazo impresionante y los locales se fueron pronto, fruto de un penal y un golazo, en el comando del marcador, hasta el medio tiempo.
Aquí abro un paréntesis para platicarle que, dentro del gremio arbitral, se había detectado que, cuando un equipo iba ganando, los jugadores fingían lesiones y rápidamente ingresaba un masajista, obvio sin autorización, para atenderlo.
El invasor se iba expulsado y en la siguiente acción, el que entraba era el Doctor y así, se iban turnando, aunque se llenara el informe en el renglón de las tarjetas rojas.
Así que se decidió cortar por lo sano, emitiendo la recomendación de que, al ser el Director Técnico el responsable de la banca, si había una intromisión a la cancha sin permiso, se iba el culpable y también el entrenador.
Para la segunda parte, los norteños se quedaron en inferioridad numérica por la expulsión de Adrián Hincapié, quién planchó de fea manera a Héctor Miguel Zelada.
Al minuto 74, cae un tigre al césped y ni tardos ni perezosos, dos integrantes del cuerpo técnico ingresan en su auxilio.
Los echo de la cancha y me dirijo a la banca, decretando la expulsión del entrenador, como ha quedado apuntado.
La respuesta de Manolo fue: “pues no me voy”.
Acto seguido me dirijo al capitán para que conmine a su técnico y se niega a hacerlo, por lo que se le muestra la tarjeta roja. Lo mismo acontece con el subcapitán y tras la negativa a colaborar y el desorden imperante, decido retirarme de la cancha, junto con mis “abanderados”, como se les llamaba antaño.
Llegando al vestuario, me saqué los zapatos y las calcetas y pensé: “Dios mío, no permitas que regrese a la cancha”.
Recibí todo tipo de amenazas, coacciones, llamadas telefónicas que jamás contesté, (no existía el celular) y finalmente, a bordo de una ambulancia, abandoné el inmueble, casi tres horas después.
En la siguiente charla técnica, recibí una calurosa felicitación del presidente de la Comisión de Árbitros, don Javier Arriaga.
Al día siguiente me enteré que la Disciplinaria me había impuesto ocho juegos de suspensión, “por faltarle al respeto al público”.
Al poco tiempo, fui nombrado Internacional y obtuve el gafete de FIFA.
Una buena manera, ante la injusticia, de…jugarse la carrera.
