El jueves 27 de septiembre de 1821, en medio de vivas y algarabía, el Ejército de las Tres Garantías compuesto por realistas e insurgentes ya conciliados, entró a la Ciudad de México. Significaba la consumación de la Independencia. Significaba también el fin de una larga guerra que Hidalgo pudo evitar tomando la Ciudad de México a solo unos días del grito de Dolores que dio en 1810, cuando la capital estaba sin resguardo militar, pero Hidalgo -como buen cura- tuvo temor de que sus rusticas huestes cometieran abusos, robos y violaciones como venía sucediendo en las poblaciones que sus ejércitos iban tomando, y dio la orden de retirarse solo para ser tristemente derrotado en la Batalla de Puente de Calderón. Fue cuando el capitán Allende le llamó cura cabrón.

Después de 11 años de cruentas batallas con un millón de muertes, en 1821, el gobierno virreinal había enviado al coronel Agustín de Iturbide a combatir a Vicente Guerrero, era el último jefe insurgente levantado en armas en la sierra del hoy Estado de Guerrero, todos habían muerto en batallas o fusilados, pero ante la imposibilidad de derrotarlo, y convencido que no era necesario más derramamiento de sangre para sostener un virreinato de España en América, le propuso y convenció a Guerrero mediante el famoso pacto y “Abrazo de Acatempan” de conciliar a sus ejércitos en pugna y declarar la Independencia.

El 27 de septiembre de 1821 el Ejército de las Tres Garantías entró a la Ciudad de México, con un Iturbide feliz a la cabeza, era el día de su cumpleaños 38. Vicente Guerrero quedaría modestamente ubicado cerrando la marcha. Iturbide revisó el itinerario que el ayuntamiento de la ciudad le proponía para el desfile, entraría por la Tlaxpana y llegaría a la calle de Tacuba hasta llegar a Palacio Nacional. Iturbide tachó de un plumazo el recorrido, luego escribió lo que él quería. Debería pasar el desfile por la calle de la Profesa -hoy Madero- en ella vivía María Ignacia Rodríguez Velasco, conocida como “la Güera Rodríguez” que era su amante. Ese día amaneció la Ciudad como un hervidero, la nueva

Bandera Nacional, verde, blanco y rojo, recién ordenada por Iturbide a Don José Magdaleno Ocampo -ancestro de quien esto escribe- lucía magnifica. Se oían insistentes repiques de las campanas de iglesias y capillas, música de bandas civiles y militares, risas, algarabía, rumor de multitud. De pronto por el rumbo de Chapultepec llegó un sordo rumor, como de rio que se desbordaba, era el Ejército de Trigarante, que comenzaba a desfilar. Jamás se había visto un ejército tan grande como aquel, eran 16 mil hombres, 8 mil de a caballo y 8 mil de a pie. Iturbide al frente de las tropas, galán, apuesto montado en su brioso caballo negro, no lucia por supuesto el uniforme de coronel realista, llevaba un simple uniforme de campaña austero y un sombrero alargado de los llamados de empanada, que se coronaba con un leve penacho de plumas verdes y blancas y rojas - que el día anterior se lo había enviado la güera Rodríguezal pasar el desfile por la calle de la Profesa; La güera Rodríguez estaba feliz en el balcón de su casa. A la vista de todos y ante ella, Iturbide se quitó el sombrero, le arrancó una de las plumas y llamó un ayudante, quien apresuradamente la puso en las manos de la güera, tomo doña Ignacia aquel trofeo, y con él se acarició el rostro una y otra vez, con la pluma envió un disimulado beso a Iturbide, que se inclinó sonriente, luego reanudó la marcha. Iturbide llegó a Palacio, ahí lo guardaba el coronel José Ignacio Ormachea el alcalde, tomó las llaves de oro de la ciudad, las puso en las manos de Iturbide, este las recibió y dijo: “Estas llaves son de unas puertas que deben estar cerradas siempre a la irreligión, a la desunión y al despotismo, y siempre abiertas a todo lo que pueda hacer la felicidad común…. ya estáis en el caso de saludar a la Patria Independiente como os anuncie en Iguala… ya sabéis ahora el modo de ser libres, toca a vosotros señalar el ser felices”.

Iturbide había tomado y entrado pacíficamente la Ciudad que, por espacio de 300 años de colonización, había sido la capital del Virreinato de Nueva España así, dejó de ondear la bandera del Virreinato en el Palacio Real, dando paso a la emblemática bandera tricolor.

Quizá no se festeja la consumación, porque la historia oficial no perdona que Iturbide fuera católico o porque Iturbide efectivamente se excedió y se hizo proclamar emperador de México.

Iturbide no fue ningún ángel, después sería tratado como traidor y fusilado, y se borraría su nombre del Himno Nacional, sin embargo, sus restos descansan en la Catedral Metropolitana.

Nunca, ningún presidente mexicano ha gritado “Viva Iturbide”. También se ha olvidado parcialmente a Vicente Guerrero, quien también fue un consumador la independencia.

En México existe la mala costumbre de festejar la Independencia los 16 de septiembre que es el día en que apenas inicia la guerra, ya que de 1810 a 1821, todavía hubo gobierno español y varios virreyes. No hay la costumbre ni oficial ni social de festejar cada 27 de que es el día de la verdadera Independencia.

¡Hasta la próxima!

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