A finales del siglo XIX, en el centro de Cuernavaca, donde hoy en día está la Plaza de Armas, existió el mercado Colón, llamado así porque fue inaugurado el 12 de octubre de 1892 por el gobernador Jesús H. Preciado. Este mercado ocupaba un edificio rectangular de una planta, con una explanada en el centro al aire libre, donde había una fuente de agua potable. Las azoteas estaban cubiertas de tejados y el inmueble tenía unos portales del lado poniente. A unos cuantos pasos al sur del mercado Colón, pasando la calle del Arco, hoy de Hidalgo, se localizaba la Plazuela del Zacate, espacio considerado el traspatio o antesala del mercado Colón.

A un costado de la Plazuela del Zacate pasaba el camino real (calle Tlapala, hoy Galeana) que atravesaba el centro de Cuernavaca y era el primer espacio amplio de la ciudad llegando por el sur, es decir, era un lugar muy transitado por transeúntes, donde convergían cinco calles. En esta plazuela no había árboles, era un lugar soleado con una fuente redonda en el centro llena de agua potable; el suelo presentaba una superficie levemente en declive y el pavimento estaba empedrado. Este bullicioso escenario era frecuentado por un gremio de trabajadores dedicados a la arriería, oficio muy importante en Cuernavaca, actividad de hombres rudos que se dedicaban a transportar diversas mercancías sobre el lomo de burros y mulas. Una de las mercancías más transportadas era el aguardiente, debido a que en Cuernavaca había varias fábricas de este licor.

En la última década del siglo XIX, el ferrocarril todavía no llegaba a Cuernavaca y en aquella época los arrieros viajaban por largos caminos de diversos climas, soportando muchas veces las inclemencias del tiempo y el peligro de algunos caminos. Había recuas de arrieros compuestas por varios animales hasta caravanas de 20 bestias; había peones que trabajaban de arrieros y había arrieros dueños de recuas.

Todos ellos eran hombres fuertes acostumbrados a caminar durante muchas horas al día, cubriéndose la cabeza con un sombrero de palma; en el cuello llevaban un paliacate. La camisa y el pantalón que usaban generalmente eran de manta. Siempre llevaban un morral en el hombro y un bule lleno con agua colgado de la montura de los animales. Cuando les llovía por el camino, usaban el capote de palma, que les servía de impermeable. Dos herramientas de trabajo eran indispensables para ellos: la vara con la que azotaban las ancas de los animales y el machete al cinto que nunca les faltaba; algunos iban armados. La mayoría de los arrieros sabían comunicarse en dialectos, debido a sus continuos viajes por regiones indígenas de Morelos, Estado de México, Guerrero, Puebla y Valle de México y eran portadores de noticias.

En algunos tramos de sus rutas, las recuas pasaban cargadas por puentes colgantes o de mampostería. En la temporada de lluvias, en algunas ocasiones tenían que esperar en la orilla de un vado para pasar al otro lado del río, mientras una tromba se cruzaba en el camino. Las mercancías las empacaban en huacales, costales y petates, sin faltar los indispensables lasos o cuerdas con las que hacían diversos amarres y nudos. Los arrieros nunca trabajaban de noche, sin embargo, se despertaban antes de salir el sol para desayunarse, preparar sus viajes y cargar sus bestias. La mercancía más pesada que transportaban eran los materiales de construcción. A los animales les colocaban en el lomo una colchoneta de fibra de coco (cuaxtle) para soportar la carga.

  A la Plazuela del Zacate arribaban la mayoría de los arrieros que llegaban o pasaban por Cuernavaca, porque estaba cerca del mercado Colón y en esta explanada encontraban todo lo necesario para el alimento de sus bestias. Habían comerciantes que vendían toda clase de forraje para los animales. Después de descargar las mercancías en el mercado, los arrieros de inmediato bajaban a sus animales a la plazuela para que bebieran agua y comieran forraje. Asimismo, en las calles Galeana, Hidalgo y Las Casas había mesones para el hospedaje de los arrieros, donde se bañaban y tomaban sus alimentos; el más grande era el Robles. La mayoría de los mesones tenían caballerizas para guardar los animales. Frente a la plazuela había una herrería propiedad del señor Gándara, quien atendía a los arrieros y sus animales. En los alrededores de la plazuela había varias pulquerías frecuentadas por los arrieros; la más cercana se llamada “Al pasito pero llego”, que después se llamó “El Templo del Amor”.

   La Plazuela del Zacate era un lugar llamativo por la dinámica de la gente que cotidianamente convivía y vivía en este vecindario, y por la diversidad de productos vegetales que vendían los comerciantes expertos en plantas forrajeras. Vendían zacate de varias clases: guineo (verde de temporal), de milpa, de apantle y alfalfa. Paja de cebada y trigo, producidos en clima frio. Pastura silvestre de campo y de monte. Zacate de campo: pelillo, aceitilla, tlalquelite y patlaxtle. Acahual verde o tierno. Rastrojo (milpa seca de maíz y caña). Hojas verdes de milpa y caña. Cogollo (lo escogido de los brotes de algunas plantas comestibles). Vendían pastizal para empacar mercancías frágiles llamado zacamalinali, con el que empacaban fruta y alfarería. Vendían paja de zacahuilan para techo de los jacales. También vendían escobas de vara y leña. Antes de anochecer, los comerciantes recogían el forraje que no se vendía y se lo llevaban sobre el lomo de sus animales, entonces la plazuela quedaba vacía y en el ambiente se percibía un olor a estiércol, encargándose varias personas de recogerlo para tirarlo en la cercana huerta de Santo Cristo, hoy en día boulevard Juárez.

En la Plazuela del Zacate algunas compras se hacían a través del trueque. La venta del forraje comenzó a extinguirse cuando la ciudad empezó a modernizarse en la década de los cuarenta, cuando construyeron el boulevard Juárez. Posteriormente la plazuela la convirtieron en callejón del boulevard Juárez a la calle Hidalgo. En el periodo del alcalde Eduardo Díaz Garcilazo (1954), sobre la fuente colocaron un kiosco para venta de flores que permaneció 10 años. En el periodo del alcalde Jesús Castillo Pombo (1979), colocaron un busto de bronce de Sor Juana Inés de la Cruz, donado por Margarita López Portillo, que fue robado un par de años después. En el periodo del alcalde Sergio Estrada Cajigal (1991), se colocó una fuente nueva similar a la original que había sido quitada del lugar en 1967; se colocaron 7 arbotantes de luz, 7 bancas de fierro y varios árboles.  A partir del periodo del alcalde Alfonso Sandoval Camuñas (1994), la Plazuela del Zacate se convirtió en una zona de consumo de bebidas embriagantes y de diversión nocturna. Un edificio muy conocido en la plazuela es la notaría número 3, dirigida dignamente por el Lic. Francisco Rubí Becerril. 

Esta plazuela ha tenido varios nombres: Sarmina, Iturbide (1884) y 2 mayo (1931), pero los cuernavacenses siempre la han llamado de El Zacate. Es un lugar emblemático y de referencia para los cuernavacenses.

 En la Plazuela del Zacate vendían sus productos comerciantes expertos en plantas forrajeras.j En los alrededores de la plazuela había varias pulquerías frecuentadas por los arrieros; la más cercana se llamada “Al pasito pero llego”, que después se llamó “El Templo del Amor”.

Por: Juan José Landa Ávila   /  opinion@diariodemorelos.com

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