En estos días, cada rincón de hogares, comercios y panteones a lo largo y ancho del país se verán adornados por miles de flores, papel picado, deliciosos manjares, bebidas refrescantes y embriagantes, así como exquisitos postres tradicionales los que en atractivos altares se verán acompañados por imágenes religiosas custodiadas por docenas de velas, veladoras o cirios, todo ello en recuerdo de parientes difuntos. Los días 1 y 2 de noviembre son fechas que de alguna manera sirven para recordar a nuestros ancestros lejanos y cercanos, nos impulsa a reflexionar sobre la fragilidad de la vida y la esperanza de resucitar, teniendo presente el refrán: “polvo eres y en polvo te convertirás”, pero también es sabido que: “el muerto al hoyo y el vivo al gozo”.
    Según estudiosos del tema, el tradicional Día de Muertos tuvo origen en el siglo XIX, los costumbristas Altamirano y García Cubas se refieren a una parte de estas tradiciones al citar el siguiente texto:
“Los pobres e incultos ese día ponían la mesa del comedor en la noche esperando las doce de la noche, las almas de los muertos vinieran a comer. Esta costumbre romana y pagana, llegó a México con los castellanos y en particular con los gallegos, pues muchas de las costumbres paganas las conservaron los católicos, como las piras funerarias que fueron tan destacadas en la Nueva España. Por la noche los del pueblo bajo, que sólo concurrían al paseo de la Plaza hasta las diez de la noche, hora en que irremisiblemente se cerraban las casas de vecindad, ya en sus hogares encendían las velas en el altar de sus ofrendas, consistiendo en biscochos, fruta y dulces, tamales y calabaza cocida; todo preparado con el expreso fin de que a la medianoche tuviesen qué cenar sus deudos difuntos. Además de ser supersticiosa tal costumbre, es estúpida, por cuanto a qué no realizándose el esperado hecho, tan contrario al orden natural, la gente se mantiene en sus treces, y cada desengaño sólo sirve para engullir, al día siguiente, las golosinas o distribuirlas a veces, entre sus amistades.”
   Hará unas cuatro o cinco décadas la celebración de Día de Muertos solía tener un aire más solemne que en la actualidad, es decir, las calles de Cuernavaca se vestían con frondosos ramos de flores de Cempasúchil sembrados en botes de lámina y otros de plástico; amables señoras que desde muy temprano se trasladaban desde los pueblos de Ocotepec, Ahuatepec, Chamilpa y otros más ofrecían los ramos a precios realmente económicos. Las calles de No Reelección, Degollado y Guerrero, así como los alrededores del centro comercial Adolfo López Mateos lucían increíbles, pues además de flores amarillas, amas de casa caminaban de la mano de sus pequeños hijos hacia el nuevo mercado donde muchas de ellas designaban unos cuantos centavos para adquirir inigualables figuritas azucaradas en forma de calaveritas adornadas con tiritas de papel luciendo el nombre del difunto, así como pequeños ataúdes y frágiles esqueletos, todos estos ensortijados con líneas que recorrían el ansiado dulce despertando la infantil imaginación, pues antes de cumplir su cometido serán materia al imaginar efímeros juegos hasta que finalmente aquellos dulces dejaban endulzadas huellas de satisfacción entre los dedos de la mano y rostros donde se esbozaría cadavérica y eterna sonrisa.
   En tanto canastos de mimbre de medianas proporciones eran alimentados con envoltorios de papel de estraza henchidos de pipían de pepita o mole rojo, esperando ansiosos suculentas piernas, pechugas y muslos de pollo, sin faltar apetitosos trozos de codito o maciza de puerco para condimentar populares guisos; no podían faltar verduras y frutas de temporada siendo parte esencial en el adorno del altar dedicado a fieles difuntos, quienes en esencia darán nocturna comilona y al día siguiente los deudos recordarán a los añorados parientes compartiendo en familia los platillos preparados. Una de las delicias necesarias es sin duda la adquisición del cónico piloncillo apilado en gigantescas columnas dando la bienvenida en modestos y surtidos establecimientos. El piloncillo, canela, azúcar y agua son elementos necesarios para elaborar el fascinante y tradicional postre conocido como: “Calabaza en Tacha”. Para culminar el próximo pero emotivo escenario fúnebre, experimentadas y hábiles cocineras llevaban la guía en la preparación de múltiples ofrendas surgidas ya fuese en engalanadas, modestas o humildes cocinas morelenses, ofrendas que en muchos casos tomaban rumbo hacía el campo santo, allí el curtido barro de ollas y cazuelas resguardaban la sazón, texturas y olores siendo estos anualmente la dicha de nuestros muertitos…
   Hablando de ofrendas una de las más importantes es sin duda el Pan de Muerto, tradicional pieza de manufactura casera, la cual con el paso de los años llegaría a comercializarse en las panaderías. Por estas fechas de celebración se acostumbraba que los dueños de las panificadoras contrataban a rotulistas para que en los aparadores los maestros del pincel impregnaran divertidas figuras esqueléticas representando personajes del mundo artístico (cine, teatro o televisión), así como políticos o personalidades locales, imágenes que en algunos casos intercambiaban diálogos o simplemente en el texto que les acompañaban invitaban al transeúnte a pasar al interior del negocio, sin duda el amable lector recordará las imágenes eran trazadas en los espaciosos vitrales de “La Espiga” donde la suerte de las calaveras bailarinas ataviadas de sombreros de palma, botines y sarapes multicolores nos llevaban a rememorar los acordes del Jarabe Tapatío o las del muy morelense Chínelo baila y baila, no dejando en el olvido la de la Doña fumando puro adornada de finas pieles y calzando delicadas zapatillas, pero qué decir de los célebres cómicos como: Cantinflas, Viruta y Capulina, Tin-Tan, Clavillazo y tantos más o de aquellos políticos que en su momento brillaron por absurdas declaraciones o pretensiones de honesto gobernante. En fin, como olvidar aquellos inolvidables dibujos que tenían como objetivo vender pan el que será colocado en el altar de Muertos y posteriormente ser consumido acompañado de espumoso chocolate calientito o bien por una taza de café, atolito o bebida favorita…  
Otra de las acostumbradas tradiciones es la elaboración de calaveritas, versos joviales los cuales antaño eran publicados en la prensa local y generalmente de autor anónimo. Por lo tanto, para cerrar el presente dedico con admiración y respeto a mis amigos Cronistas del Estado de Morelos los siguientes versos:

¡Ah! Que flaca tan canija, como hemos de evadirte,
Pues tanto hay que estudiar y difundir… Y aún a pesar de conocerte
De tu guadaña no hay manera de escapar,
No queda más remedio que convocar
Ulises presidente la palabra habrá de tomar
Y de seguro en reunión los cronistas han de dictar,
Las reglas de tu cruel proceder, ya verás flaca endiablada
En tinta y papel has de quedar resguardada.
De tu presencia y memoria solo el recuerdo quedará…
Mejor que no, desdichada Calavera,
Tendrás que perdurar! ya que no habría que celebrar, ni festín, ni tradición
Seguiremos con nuestra arraigada fiestita,
Ni modo habrá que seguir llenando los panteones con huesitos y tragones.         
Antes, las figuritas de calaveras de azúcar lucían en la frente el nombre del difunto.jEl Pan de Muerto es sin duda una de las piezas más importantes en las ofrendas.

Por: Heberto González de Matos / local@diariodemorelos.com.mx

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