Haga de cuenta el lector que en diciembre de 1994, el Popocatépet se enojó, y vomitó la más larga emisión de ceniza en 70 años causando miedo entre la población y las autoridades. Se abrió una boca cerca de la pared oriental del cráter, y algunos poblados fueron evacuados. En Tetela del Volcán, Hueyapan, Yecapixtla y otros municipios cercanos al coloso cundió el miedo. El general Jorge Carrillo Olea, quien tenía apenas siete meses como gobernador, instaló en el centro de Tetela una mesa de trabajo. “Fuerza de tarea”, fue la expresión que a los periodistas nos sonó castrense. De hecho, “Don Goyo”, como es conocida en el rumbo la segunda montaña más alta de México, casi siempre está activo aunque discreto. Para no ir más lejos, el jueves anterior el coloso registró 65 exhalaciones, según el monitoreo diario que realiza el Centro Nacional de Prevención de Desastres junto con la Universidad Nacional Autónoma de México. Sin embargo, la ola de sismos que real o aparentemente aún no llega a su fin desvió la atención popular de la serie de “eructos” del Popocatépetl.

Y por asociación de ideas recordamos que entre los sismos del 7 y el 19 de septiembre 2017 sólo mediaron doce días, el primero con epicentro en Pipijiapan, Chiapas, y el segundo en Axochiapan, Morelos. La mañana del 18 los epicentros de sendos temblores fueron en Oaxaca. También en septiembre, en 2014 se había registrado uno por la mañana, tuvo una magnitud de 3.5 grados, ocurrió a las 7.12 y el epicentro a 23 kilómetros al oeste de Pinotepa Nacional. Estos días la naturaleza nos recuerda el gran temblor de hace treinta y cinco años, el jueves 19 de septiembre de 1985.

El sismo del martes 19 de septiembre de 2017 irrumpió sin previo aviso; en Cuernavaca no hay alerta sísmica. Quedito por dos o tres segundos, y enseguida fuerte, fortísimo como jamás habíamos sentido uno en Cuernavaca. Sentado a la computadora, no terminé de escribir el Atril para la edición del miércoles 20. Tras la sensación de que algo se movía y una especie de mareo, la deducción de la experiencia: ¡está temblando! Escucho el grito de mi mujer: ¡está temblando! Corremos hacia la salida de la casa. Maula, nuestra gata de tres colores, pasa por entre los muebles corriendo frenética, huyendo de lo que desconoce pero que claramente percibe como un peligro. Permanecerá el resto del día refugiada debajo de mi cama, y no saldrá ni para comer hasta entrada la noche. Incapaces de mantenernos de pie, intentamos ponernos de rodillas, pero los brincos de la tierra acaban recostándonos de costado en el piso del estacionamiento. Veo que se mueven los coches, como si hombres invisibles los zarandearan de las cuatro llantas. Se zangolotea la fila de casas del condominio, como barco que sube y baja en una tormenta de olas monstruosas. El temblor dura segundos que se nos hacen eternos. Al ratito termina como empezó, leve, menos intenso. ¿Ya acabó? Parece que sí. Nos reincorporamos y entramos a la casa. Tango, nuestro bóxer de dos años, nos mira interrogante desde la terraza del jardín con sus ojos saltones. ¿Qué pasó?  Pues un temblor. Y un torbellino que tiró fotos, platos, copas, botellas, floreros, libros, revistas; que volteó de cabeza la despensa y abrió cajones de muebles. En esos momentos los cuernavacenses pensamos que nada peor nos podía suceder. Ni idea teníamos que una enfermedad llamada cólera virus llegaría con el arranque del segundo trimestre de 2020. Hoy, cuando sentimos que cada día que pasa se acerca más y más el final del Covid-19, pensamos que algún día sólo quedarán recuerdos de los temblores septembrinos. Y que incluso atrapados en una suerte de sicosis colectiva este mes no volverá a temblar. Ojalá…  (Me leen mañana).

Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com 


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