Los antiguos mexicanos hacían uso de dos calendarios, uno muy viejo y adivinatorio, lo que hoy vendrían siendo los horóscopos, y el otro solar o civil. El primero era de 260 días y el segundo de 360, ambos corrían paralelamente, el primero de trece en trece días y el segundo de veinte en veinte y 18 “cortes” de una veintena de días que venían a representar los meses. Éstos se llamaban, precisamente, veintenas. Cada año solar tenía cinco días aciagos, inútiles o nefastos que en náhuatl se llamaban “Nemonteni” y tenían la importancia de completar el ciclo solar.
Cívico nacional. Es el que se compone con las fechas de las conmemoraciones y fiestas cívicas. De ellas tenemos los ejemplos más sobresalientes, como el 5 de febrero, día de la promulgación de la Constitución de 1917; 21 de marzo, natalicio de Benito Juárez, 10 de abril, muerte del general Emiliano Zapata, 1 de mayo, Día del Trabajo, y así un largo etcétera entre los que caben el 15 de septiembre, Día del Grito de Independencia, y el 20 de noviembre, del inicio de la Revolución Mexicana.
Los calendarios mexicano y Gregoriano –este último por el cual nos regimos ahora– nunca pueden coincidir. El primero está dividido en 18 porciones o meses de 20 días y el segundo tiene doce meses, uno de 28 días, cuatro de treinta y 7 meses de 31 días. En cambio, lo que sí sucede con mucha frecuencia es el sincretismo o mezcla de cultos. Como se sabe, los españoles impusieron cultos de santos y santas en donde antes había deidades indígenas. La más conocida es la Virgen de Guadalupe que, mediante las apariciones en el cerro del Tepeyac, permutó la devoción de la Tonantzin por la Guadalupana.
En el santuario-caverna del Santo Señor de Chalma se veneraba a Tezcatlipoca, el dios “del humo en el espejo”, y así una larga lista de sustituciones en las cuales los mexicanos invertimos tiempo y esfuerzos en las peregrinaciones y celebraciones religiosas.
Gregoriano. Se llama así porque en 1582 el Papa Gregorio XIII, El Magno, asesorado por astrónomos y matemáticos hizo la reforma al Calendario Juliano, pues arrastraba una diferencia de once días. El cambio se efectuó el 4 de octubre de aquel año, por lo que al amanecer de ese día se convirtió en 11 de octubre, y con dicho “salto” o ajuste se puso en orden al mundo cristiano. No se eliminaron los años bisiestos, lo que sólo se hacía cuando el último año de un siglo no fuera divisible entre cuatro. En los primeros años de dicha corrección, los más sorprendidos fueron los mismos cristianos, ya que muchos de sus ritos están relacionados con los solsticios y equinoccios del sol a lo largo del año. La Iglesia Católica expidió un edicto y, por ser una de las organizaciones más complejas pero a la vez más extendida en toda Europa y América, casi de golpe estableció el calendario Gregoriano en todo el mundo.
Litúrgico cristiano. Es el calendario que revela la evolución histórica de la comunidad católica, son fechas que recuerdan sus orígenes y pueden ser fijas o móviles. Comienza con el primer Domingo de Adviento, el más cercano al día de San Andrés, y termina el sábado siguiente al vigésimo cuarto domingo después de Pentecostés. En esas fechas se reviven los misterios de Cristo y se trata de inculcar el espíritu de la Iglesia para que los feligreses vivan hondamente la vida cristiana.
Hay conmemoraciones cívicas específicamente morelenses: 2 de enero, Día del Policía; 21 de agosto, Día de la Alfabetización; 13 de agosto, Mártires de Tlaltizapán; 15 de octubre, Día del poeta, la cultura y del arte, y hasta el Día del Preso que se conmemora el 18 de noviembre, creado por decreto de la vigésimo cuarta Legislatura local el 31 de mayo de 1936. Pero de este último nadie se acuerda. Habida cuenta el incremento de ingresos a los reclusorios, ¿quién se va a poner a celebrar a tanto malandrín?... Me leen mañana).
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