En agosto de 2011, cuando el gobierno panista encabezado por Marco Adame Castillo hacía trabajos de remodelación en la Plaza de Armas de Cuernavaca, personal contratado por la Secretaría de Desarrollo Urbano y Obras Públicas derribó el techito donde los grupos de mariachis se guarecían de la lluvia.

 Entonces, el columnista se solidarizó con la idea de hacerles la techumbre en el mismo sitio donde hasta el día de hoy continúan reuniéndose a la espera de clientes, enfrente de la entrada del estacionamiento del edificio Las Plazas.

 (Los trovadores lo hacen en el Jardín Juárez, de cara al restaurante La Universal, mezclados entre peatones, cercados por puestos de dulces y elotes).

 Hacía un año que México, y por supuesto Morelos, celebrábamos el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, así que el columnista sugirió a la comisión legislativa de los festejos por los cien años del inicio del movimiento armado de 1910, que presidía el diputado Luis Arturo Cornejo Alatorre, la construcción de la Plaza del Mariachi y el Trovador, de una vez para ambos gremios y en algún lugar del Zócalo, financiada por el Gobierno Estatal, el Ayuntamiento de Cuernavaca, la Asociación de Comerciantes del Centro o alguna agrupación filantrópica.

 Pero la idea no cuajó.

 Más aún: que lo mismo se hiciera en Cuautla, y vea el lector por qué: Tetelcingo es más que un pueblo indígena.

 Pegado a Cuautla, no es sólo una colonia, geográficamente se hallan juntos pero no revueltos, y si al cuautlense los cuernavacences lo identificamos como un morelense con una pisca de poblano, la gente de Tetelcingo se cuece aparte: su cultura, tradición, lengua, carácter, personalidad lo hacen un ente distinto.

 Dos datos: el archisabido del discurso oficial, gastado, que ha insertado a Tetelcingo en el folklorismo ramplón porque sus mujeres siguen vistiendo la túnica morada por ellas mismas confeccionada, y el otro, que sin ser del todo nuevo muchos ignoran: que Tetelcingo es una comunidad de músicos, específicamente de mariachis, con más de treinta grupos, unos veinte que siguen ahí y una docena que “emigró” paulatinamente, no para engrosar las filas de los indocumentados que todavía creen en “el sueño americano”, sino al corazón del mariachi en el centro del país: la plaza de Garibaldi donde compiten con sus colegas de la Ciudad de México y uno que otro del mero Jalisco.

 Así de buenos para tocar y cantar resultaron los mariachis de Tetelcingo.

 Una historia comprensiblemente ignorada por los políticos foráneos, pues no tienen obligación de saber que en Tetelcingo los mariachis no son cosa nueva, y por eso su extrañeza ante el establecimiento del Día del Mariachi, el martes mediante un acto oficial realizado en el pueblo que, vale decir, estuvo encaminado pero por fortuna no cayó en la condición de municipio indígena, como sí fueron declarados en noviembre de 2017 Xoxocotla, Coatetelco y Hueyapan que económicamente no acaban de arrancar.

 Pero esa es otra historia.

 En noviembre de 2017, los habitantes de esas tres comunidades y Tetelcingo se frotaban las manos.

 Respectivamente desprendidas de Puente de Ixtla, Mazatepec, Tetela del Volcán y Cuautla estaban siendo declaradas como municipios libres y autónomos con presupuestos propios.

 Un año y un mes más tarde, una vez eliminado Tetelcingo como municipio por un amparo de la nueva Legislatura les asignaban sus leyes de ingresos, pero con poco dinero y hartas necesidades… (Me leen después).

 Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com

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