Político y escritor, Francisco Javier Arenas fue diputado y procurador de justicia de Morelos en el sexenio 1964-1970 de don Emilio Riva Palacio Morales, considerado hasta hoy, junto con Lauro Ortega Martínez, uno de los dos mejores gobernadores de esta entidad, entre otros logros, por haber creado la Ciudad Industrial del Valle de Cuernavaca y construido el campus Chamilpa de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Migrado a Tepic en 1979 para hacerse cargo de la delegación del ISSSTE y luego nombrado ahí mismo delegado de la Sedue, a pocos días de renunciar el morelense Francisco Javier Arenas le dijo a su esposa Alicia: “No sé si llegaré al Principado o a otro hotel”. Era el mediodía del 18 de septiembre y estaban en el aeropuerto de Vallarta, llevado por Alicia de Tepic en donde vivían hacía seis años. Así que voló de Puerto Vallarta a la Ciudad de México, citado para desayunar el día siguiente con su amigo Marcelo Javelly Girard, quien recientemente había renunciado a la titularidad de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (Sedue). Javier comentó que si tiempo le daba vendría a Cuernavaca para visitar a su mamá en la avenida Matamoros, en donde tenía una fonda, saludar a sus amigos en algún café del centro y por la noche regresar al Distrito Federal. Hombre de hábitos, Javier tenía la costumbre de alojarse en el Hotel Principado y aquella vez no fue la excepción. El 19 se levantó temprano, pero apenas terminó de bañarse y comenzado a vestir el hotel colapsó. Los muros sepultaron a huéspedes y empleados. La tierra estaba siendo sacudida por un sismo de 8.01 grados que segaba vidas, destruía edificios, causaba dolor y sufrimiento. Faltaban pocos minutos para las 7.30 y en Cuernavaca también temblaba, fuertísimo. Los papás y las mamás con niños de primaria se alistaban para llevarlos a la escuela, y a esa hora los jovencitos de secundaria y preparatoria ya estaban en las aulas. Pero aparte del susto, en Cuernavaca, y de hecho en todo Morelos, no pasó nada realmente grave, alguna barda que se cayó, pero ningún muerto.

La tierra dura, petetatoza, nos salvó, no así en la Ciudad de México cuyo suelo gelatinoso multiplicó el poder del sismo en la ya para entonces una de las urbes más pobladas del mundo. De la magnitud de la tragedia los cuernavacenses nos fuimos enterando conforme pasaron las horas. Las primeras noticias de la radio y la televisión dieron cuenta de que se cayó el estudio del programa “Hoy mismo”, de Televicentro, y que de un edificio de once pisos sólo quedaron cuatro en los momentos en que trabajaban cientos de costureras. Por la tarde, el titular “¡Oh, Dios”, del diario “Ovaciones”, resumió la catástrofe. Con el transcurso de los días se especuló sobre el número de decesos, minimizado por el gobierno que habló de la cifra ilógica de solamente tres mil mientras el sentido común del pueblo calculaba docenas de miles. Con mucho más devastador que el temblor de 1957, que en la capital del país tiró al Ángel de la Independencia y en el puerto de Acapulco redujo a escombros el hotel Papagayo, del sismo de 19 de septiembre de 1985 el martes pasado se cumplieron 38 años. Nacieron entonces los niños y las niñas que ahora son adultos, y fueron creadas las dependencias oficiales de protección civil. Sin embargo, el planeta siguió sacudiéndose, pegándole a los débiles, devastado en enero de 2010 el Haití pobrísimo de las casas de cartón que a hasta esta fecha no ha podido reponerse del todo, y el 16 de septiembre de 2015 zarandeado Chile por un sismo de 8.4 grados, muy poderoso, pero afortunadamente sin causar grandes daños en la nación andina porque, siendo frecuentes allá los sacudimientos, aprendieron a construir casas y edificios antisísmicos. Sólo dos años después, el 19 de septiembre de 2017 el centro de México fue zarandeado por un temblor tan o más poderoso que el de 1985. Esta vez con epicentro en Axochiapan, no sufrimos daños grandes. Gracias a Dios… (Me leen mañana).

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