Mucho se ha hablado y criticado al gobierno porque dará clases por internet a los niños de primaria y secundaria. En principio hay que entender que no hay para dónde hacerse, ya que la pandemia no permite que se recuperen las clases presenciales; pero creo que algo más importante es que se critica sin saber, sin conocer los números y, sobre todo, cómo tienen que aplicarse los alumnos y sus padres para que el experimento de las clases por la televisión sea lo que se espera.
Hagamos un recuento del antecedente más cercano que tenemos en números en el país, que es la Telesecundaria. Veamos: En el año 1968, como parte de las políticas públicas encaminadas a dar cumplimiento al derecho constitucional de acceso a la educación pública y gratuita en nuestro país, se creó la telesecundaria, siguiendo los objetivos educativos de la educación secundaria general y tecnológica. La escuela telesecundaria en México ofrecería el mismo currículo que las otras modalidades educativas, pero con diferentes formas de operación. Esto se tradujo en una organización y recursos didácticos que combinaban la educación escolarizada con la educación a distancia.
Además de eso, el proyecto educativo incluía la vinculación estrecha con la comunidad, misma que se llevaría a cabo mediante la aplicación de actividades productivas y de desarrollo comunitario, así como actividades deportivas y socioculturales.
En un primer momento, la telesecundaria contaba con alrededor de 6,500 alumnos, y apuntaba a resolver la demanda educativa y la falta de cobertura que se extenderían hasta los años noventa con las nuevas políticas dirigidas a los integrantes de las regiones rurales más desfavorecidas.
Así, el modelo de escolaridad básica en México se fue ampliando de manera paulatina. En este proceso podemos reconocer principalmente dos fases. La primera consistió en el desarrollo de un modelo homogéneo de educación que se concentró en la estandarización de las herramientas del mismo, tales como los programas de estudio, la sistematización de las evaluaciones, los métodos de enseñanza, e incluso el espacio físico en que tenía lugar la actividad educativa.
La segunda fase fue resultado de las modificaciones sociales que llevaron a la profundización de las marcadas diferencias sociales, por lo que el modelo escolar se encontró en la necesidad de revalorizar el papel de las diversas prácticas autonómicas de las diferentes regiones educativas a través de la reproducción de las supervisiones y el sistema de capacitación, dependientes ambos de la SEP.
Ya para los años noventa, diferentes cambios afectaron la estructura de los países latinoamericanos, especialmente de México. Estos procesos, primordialmente
económicos, tuvieron un efecto mucho más visible en la esfera cotidiana de las poblaciones debido a la adopción de reformas para el ataque a la marginación, la precarización y la pobreza en contextos mayoritariamente rurales y semiurbanos. Los programas asistencialistas centraron su atención en mejorar el acceso a la educación básica, media y superior en los sectores menos favorecidos.
El principal propósito del gobierno mexicano, a partir de los años noventa, consistió en la incorporación a la educación básica obligatoria para todos sus pobladores. Con ello, en todo el territorio de la república, las escuelas y programas educativos crecieron exponencialmente. Esta expansión de la educación se llevó a cabo bajo la forma compensatoria de la llamada “educación comunitaria”, cuya finalidad era el equilibrio y distribución en los servicios educativos.
Durante 1992 y 1993 se adquirieron los compromisos formales para la reducción de desigualdades educativas. Entre los aspectos materiales y no materiales para los que se asignaban recursos por parte del Estado destacan aquellos enfocados en el desarrollo de infraestructuras y la modernización de medios, esto a través de la adquisición de equipos y materiales tecnológicos. A finales de esa misma década fue necesaria la redefinición de los objetivos y metas, y con ello la descentralización del papel estatal sobre la educación pública.
Independientemente de los cambios antes mencionados, es posible afirmar que la telesecundaria requería de una alta calidad en recursos humanos, además de una permanente adecuación del sistema educativo a los contextos regionales y locales, pero sobre todo voluntad política para la asignación de recursos financieros.
De modo discursivo, el modelo que sostuvo la creación de la telesecundaria fue sumamente innovador; dado que cubría de manera oficial tres ejes clave: educación rural, secundaria y teleeducación. Los programas televisivos, las herramientas didácticas del docente y el material impreso adquirieron poco a poco institucionalidad dentro de la Secretaría de Educación Pública. Aparecieron en este periodo términos tales como monitores, figuras docentes o instructores comunitarios; vocablos que sustituyeron a “maestro” o “profesor”.
La educación a distancia, parte medular del modelo descrito, fue catalogada en un inicio como deficiente respecto a la educación presencial y sujetó el programa al uso del recurso televisivo por encima de otras estrategias didácticas y de los contenidos propios de la educación básica. Pero ya en este siglo los resultados de la evaluación de sus alumnos dio en algunos de las zonas rurales mejores resultados que el de la secundaria escolarizada.
Por lo que tenemos que tener cuidado al criticar las decisiones de quienes tienen en sus manos los resultados de la educación en México. Que el sistema transforma de una manera importante la educación es cierto, pero lo importante para que funcione es que los padres se conviertan, si no en maestros, sí en instructores de apoyo a sus propios hijos, porque es un sistema en el que aprende el que quiere aprender; pero sobre todo en las edades de los seis a los 15 años no es fácil que se esté consciente de ello, por lo que el éxito del programa es resultado de la necesidad a la que nos ha llevado al pandemia. Así que, si los padres quieren que sus hijos lo aprovechen en verdad, deberán de ponerles atención, convirtiéndose en sus instructores; así sí tendremos el éxito que deseamos. ¿No cree usted?
Por Teodoro Lavín León / lavinleon@gmail.com / Twitter: @teolavin
