El poder, así como trae muchas satisfacciones trae muchos cambios en la personalidad, pero éstos se agudizan cuando quien lo ejerce no tiene madurez y, sobre todo, tiene poca inteligencia.

Los especialistas señalan varias características sobre lo que sufren aquellos que llegan al poder sin la experiencia y madurez suficiente para ejercerlo; en la vanidad, la estimación exagerada procede de fuera y se acrecienta del elogio, la adulación, el halago y la coba más o menos afectada y obsequiosa que lleva a dilatar alguna faceta externa y que en verdad tiene un fondo falso, porque no contempla más que un segmento de la conducta.

En la soberbia y en la vanidad hay una sublevación del amor propio, que pide un reconocimiento general. La primera es más grave, porque se suele añadir la dificultad para descubrir los defectos personales en su justa medida y apreciar las cosas positivas que hay en los demás, al permanecer el que la padece encerrado en su geografía ampulosa.

Se puede distinguir dos modalidades clínicas de la soberbia, entre las cuales cabe un espectro intermedio de formas soberbias. Una es la soberbia manifiesta, que es notarial y que se la registra a borbotones, con una claridad absoluta, lo cual suele ser poco frecuente. Ahí petulancia y presunción.

La otra es la soberbia enmascarada, que es la más habitual y que se camufla a soto voce por los entresijos de la forma de ser y que es más propia de las personas inteligentes y, teniendo un sentido amplio y desparramado que asoma, se esconde, salta y bulle y revolotea por su mundo personal. ¿Cuáles son sus síntomas? Voy a resumirlos esquemáticamente:

1- Aire de suficiencia que refleja un bastarse a sí mismo y no necesitar de nadie. Engreimiento que esculpe y hace hierático el gesto y lleva al hábito altanero.

2- La borrachera de sí mismo tiene su génesis en una zona profunda e íntima donde se elabora esa superioridad. Las manifestaciones más relevantes son: susceptibilidad casi enfermiza para cualquier crítica con un cierto fundamento; gran dificultad para pasar desapercibido; tendencia a hablar siempre de sí mismo, si este no es el tema central de conversación, enseguida decae su interés en la participación y el diálogo con los demás; desprecio olímpico hacia cualquier persona que aflore en su cercanía y de la que se pueda oír alguna alabanza. Esta embriaguez puede disfrazarse de los más variados ropajes.

3-La soberbia entorpece y debilita cualquier relación amorosa. Cuando alguien tiene un amor desordenado a sí mismo, como el descrito, es difícil darse a otra persona y poner los sentimientos y todos sus ingredientes para que esa relación se consolide. Esto hace casi imposible la convivencia, volviéndola insufrible, pues reclama pleitesía, sumisión, acatamiento y hasta servilismo.

No podemos olvidar que, para estar bien con alguien, para establecer una relación de convivencia estable y que funcione hace falta estar primero bien con uno mismo.

4- En la soberbia se hospeda una obsesión exagerada por uno mismo que ha ido conduciendo a una excesiva evaluación del propio mérito. Y afloran términos como alardear, jactarse, vanagloriarse.

Lo contrario de la soberbia es la humildad. Todo el edificio de la persona equilibrada se basa en una mezcla de humildad y autoestima. La una no está reñida con la otra. Una persona que reconoce sus defectos y lucha por combatirlos, y a la vez tiene confianza y seguridad en sus posibilidades.

Entre la soberbia, el orgullo y la vanidad hay grados, matices, vertientes y cruzamientos recíprocos. Por esos linderos se suele acabar en el narcisismo, patrón de conducta presidido por el complejo de superioridad, la necesidad enfermiza de reconocimiento de sus valías por parte de la gente del entorno y la permanente auto contemplación gustosa.

Lasch, en su libro La Cultura del Narcisismo, dice que en la cultura americana éste es un emblema de nuestro tiempo. Freud puso de moda este término, recordando a la planta del narciso, que crece a orillas de los estanques y se mira en el espejo que el agua le ofrece. Lipovetsky, en su libro La sociedad Perdida, habla del interés desmedido por la propia imagen, por la personalidad, por el cuerpo y sus partes descubiertas (la cara y las manos) y por la necesidad de aprobación de los demás que tiene este tipo de personas.

El análisis se complica más de lo que quisiéramos y hay un terreno magnético e imantado entre estas estirpes, pero nadie puede negar que es algo con lo que nos enfrentamos a diario, y la madurez es la única que nos puede relativizar la propia importancia. Así es como entendemos muchas actitudes y cosas que pasan todos los días. ¿No cree usted?

 

Por: Teodoro Lavín León

lavinleon@gmail.com   Twitter: @teolavin

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