A Homero lo corrieron de su casa hace más de seis me ses y de ahí se me perdió del radar, lo último que supe de él es que andaba como pe rro sin dueño y a todo mundo le pe día dinero prestado o buscaba asilo, ‘nomás para pasar la noche’, decía. Fue feo ver cómo se le cerraron las puertas de esos que él consideraba sus amigos, incluyéndome. La verdad es que Homero es buena gente, me queda claro que es noble y tiene un tipo de inteligencia poco convencional; es culto y de es píritu sensible. Se podría decir que es lo más parecido a un poeta pero con el agravante de que nunca pone los pies en el suelo, siempre anda so ñando el pobre y claro que por eso no le da tiempo de trabajar (y tam poco se le ven muchas ganas).
Como dijera Tintán: ¡Qué esperanza! Claro que Luci, su mujer, ya no soportó tanta desidia de su parte y un día nomás ya no lo dejó entrar a la casa. Y ni para juzgarla por eso pues la verdad le aguantó bastante al ca nijo de Homero; digo, sólo tenían tres años de haberse juntado pero ese poco tiempo le hizo conocer a Luci otra faceta de la relación que no se imaginó en el noviazgo. Homero disfrutaba que le dije ran poeta pues le gustaba su nombre y asumía tener un espíritu similar al gran narrador de la Odisea o, míni mo, al de Almafuerte o Miguel Her nández. También admiraba a Van Gogh y su sino poético, pero noso tros le decíamos que su estampa de poeta es más bien la de Avelino Pi longano, el personaje de la familia Burrón en versión güereja y pelirro ja... un poco como Van Gogh.
Él na damás se reía incómodo. Total, que ya nada se sabía del canijo y hasta llegamos a pensar que se había ido de la ciudad o algo peor, pero esta semana volvimos a tener noticias de él porque lo que maron muy gacho en las redes y con justa razón. Resulta que justo después de que lo corrieron de su casa, el ca brón Homero se enteró que estaban remodelando el museo de la ciudad y, como es un edificio muy gran de, se le hizo fácil esconderse en las bodegas de almacenamiento de materiales para pasar las noches. Todo fue que entró, como cual quier visitante, y se quedó escon dido en un rincón hasta que el edi f icio se quedó vacío y él se adueñó del espacio. Con eso conf irmaba su calidad de moho que se impregna
y crece en el abandono y la falta de vigilancia. Ahí vivió casi seis meses sin salir ni dar señales de vida. Hurgaba en los frugales depósitos de víveres que el museo tenía para sus eventos, provistos básicamente de galletas, quesos, café y algún ocasio nal vino barato, con lo cual sostenía su de por sí precaria condición física. Aunque también llegó a robarle parte de su bastimento a algún trabajador de la obra en momentos de descui do. La verdad es que Homero comía poco y llegó a estar varios días de ayuno obligado, de hecho por eso lo pepenaron, pues de tanta debilidad lo encontraron famélico durmiendo en una salita temática del museo que recreaba el famoso dormitorio del pintor Van Gogh.
Las fotos con que lo quemaron en las redes son de un ref inamiento cruel: un pobre hombre andrajoso y hambriento yace desparramado en una cama de cartón, perdido en un sueño catatónico propiciatorio del mal agüero. Ahí sale en las fotos el pobre Homero, sorprendido en su indefensión y dando constancia de su falta de lugar en el mundo. Lo visité en el hospital y lo vi muy jodido pero con una serenidad que me conmovió. Digo, no quiero idealizar el asun to, pues podría parecer que tengo re mordimientos por no haber hecho mi parte como amigo en el momento que él se quedó solo, pero la verdad es que tras platicar con Homero me di cuenta que tiene una especie de lu cidez, nueva para mí, o quizá es algo que gente más preparada podría ca talogar de desvaríos propios del largo ayuno, pero que yo consideré muy lúcidos, o sensatos al menos.
Primero confesó que él se sa lió de la casa porque no lidia con la idea de esclavizarse para tener dinero, ni, mucho menos, permi tir que alguien dependa de él. ‘No tolero la idea de ser propiedad de nada ni de nadie ni mucho menos sentir que alguien me pertenece’, me dijo. ‘Las personas no son co sas y lamento que el amor se use como certificado de pertenencia’. Confesó que ama entrañable mente a Luci pero que sabe lo difícil que es para ella vivir con un fulano sin ambiciones de dinero ni ganas de trascender a otro tipo de vida y que para colmo fuma como chacuaco. Me compartió algunas ref lexio nes que escribió en una libreta que se encontró en el baño del museo, seguramente olvidada por algún estudiante, en donde involunta riamente registró su estadía en el museo que le sirvió como 'retiro del mundo y sus convencionalismos'. Me dijo que se acostó a dormir en la cama de Van Gogh con la idea de ya no despertar. Me mostró la piel toda llena de ronchas y man chas amarillentas que, según él, le salieron por el polen que abunda en la sala principal del museo. ‘Ese lu gar es una mazmorra llena de lujos groseros y una higiene obsesiva que repele a las personas’, comentó con un rictus de asco en la cara.
‘Bien lo decía el maestro Sábato: el lujo es una vulgaridad’, ref lexionó a la vez que me miraba a los ojos como quien acaba de descubrir una cer teza escondida en la conciencia y comparte monacalmente. ‘Si algo vale la pena de este lu gar donde fui un refugiado absur do es la idea de percibir a Van Gogh aún en esa humildad de tramoya en la que subyacen buenas inten ciones y mucha ignorancia, pero algo de su grandeza queda’, dijo sonriendo el buen Homero. Ya en la despedida me entregó su libreta y me hizo prometerle que la llevaría a su tumba cuando él murie ra. Le dije que sí por puro compromi so quedabién, pues realmente pensé que él estaba en las últimas, pero la verdad es que el cabroncito está muy curtido y hecho a la mala vida como para morirse tan joven y con tantas ganas de gritarle al mundo dos o tres verdades rompesistemas. Lo dejé durmiendo y me salí discretamente del hospital pues mi amigo ya es una celebridad negra de las redes y lo que menos me interesa es ser parte del queme social. Supe que lo dieron de alta una semana después y volvió al hogar fa miliar (Luci no quiso saber nada de él). Lo aceptaron con la condición de que se pusiera a trabajar. Ayer lo vi en el parque de dino saurios, o más bien él me vio, y me dijo que confiaba en que yo iba a cumplir mi promesa de llevar la li breta a su tumba. Sólo me reí y le dije que sí. ‘Por cierto ¿ya la leíste?’, me preguntó desde adentro de su botar ga de dinosaurio remendado. Le dije que sí, pero no era cierto. Nos reímos y cada quien jaló para su lado.
En la distancia reconocí su an dar ahuevonado y me pareció ab surdo no haberme dado cuenta que ese dinosaurio pasmado sólo podría ser él. Y por lo que se ve también se va a extinguir, el pobre. En la noche revisé la libreta y vi go son ideas para cuentos o, al me nos, reflexiones, eso sí, todas muy fumadas. En diez hojas llenas de su brayados y tachaduras que sugieren un tipo de censura (¿?) escribió una historia densa sobre la guerra del fin del mundo. Batalla inverosimil que es liderada por el propio Quet zalcóatl y sus huestes de nahuales, chaneques, alushes y alebrijes más la labor mágica del ajolote como sana dor de las tropas: brujo surgido de la chinampa primigenia y los caldos de la creación. La lluvia y el viento, como armas más poderosas que mi les de bombas nucleares, inclinan la balanza hacia el ejército azteca en las primeras batallas de esta conf la gración mundial contra el gran tira no facista liderado por el matoncito de siempre, Estados Unidos y sus achichincles de la OTAN... más allá de lo fantasioso, el relato f luye bien, pero el cabrón de mi amigo lo dejó inconcluso pues censuró las últimas hojas. Se ve que no estaba convenci do del final, o sabe Dios qué estaba pensando, pero nadamás me dejó picado. Cuando lo vuelva a ver le voy a pedir que me cuente el desen lace de la historia. Digo, no sea que termine siendo profética y el fin del mundo me agarre papando moscas. En las últimas hojas de la libre ta Homero escribió una especie de cuento inspirado en la obra icónica de Augusto Monterroso, 'El Dinosa rio'. De ahí supe que mi amigo es más vivo que el hambre pero como poeta le queda a deber mucho al Homero original; también entendí que el tex to anunciaba su deseo de abandonar el museo y reintegrarse a la vida la boral... aunque sea como botarga. Cuando desperté, el dinosaurio to davía estaba allí, detenido en el tiempo. Non plus ultra de todos los depredadores reducido a una penosa versión de alam bres y fibra de vidrio. De inmediato abandoné ese indigno museo de malos sueños. Sólo Dios sabe qué pretendió Homero con su cuento pero qué bueno que despertó
