Las nanas infantiles
Federico García Lorca dedicó un largo ensayo a las nanas, o sea, a las muchachas que en los viejos tiempos nos cargaban con ternura, nos daban de comer en la boca y cuando la madre estaba ocupada con el hermanito, nos llevaban a la escuela de párvulos.
Ellas, según el poeta granadino, fueron la insospechada fuente de poesía, con sus leyendas y sus cantares narrados y cantados a los niños bajo su cuidado.
Nosotros, en mi casa, teníamos una particularmente dotada para la narración. En las noches nos reunía, a mis hermanas y a mí, para contar
nos las historias de aparecidos, de fantasmas y de muertosrevividos. Bajo la luz mortecina de un desnudo bulbo eléctrico, envuelta en un chal incoloro del que sólo salían sus manos huesudas y rugosas, eran sus ojos, encerrados en párpados cansados, los que brillaban tenazmente.
-La Llorona perdió a sus hijos y desde entonces, por la orilla del río, entre mis hijos! las piedras, va gritando: ¡Ay, mis hijos!
Un viento inexistente levantaba sus cabellos descuidados. Ella era, pensábamos aterrados, la Llorona. Ella había matado a sus hijos y ahora estaba llorando su crimen. Sí, debe de haber habido un viento que penetraba entre las tablas mal unidas de la cocina. Podíamos percibir las piedras al chocar unas con otras río abajo y las ramas de los sauces moviéndose sobre la mancha blanca de la mujer maldita. Mis hermanitas se acercaban a mí y yo a ellas,pues estábamos a punto de llorar por los niños muertos.
Otras veces nos pintaba a uno de los fantasmas que pasaban por nuestro patio colonial. Era un charro, cuyas espuelas tintineaban en las baldosas de granito. Su sombrero recamado de lentejuelas se reflejaba en las noches de luna y sus pistolas de nácar lucían en las tinieblas de los solares vecinos.
Una vez no resistí la tentación de ir al encuentro de ese mundo misterioso. Antes de las doce me adentré en los vericuetos del traspatio, lleno de hortalizas y naranjos. Prudentemente me tiré al suelo y escondido entre las hierbas esperé al fantasma.
Un sabor amargo en la boca y un tamborileoenlas sienes fueron elpreludio de la aparición, lenta y majestuosa, de la luna.
Estaba yo al descubierto. Era preferible que no apareciera ningún fantasma. ¿Cómo escurrirme para mi casa sin que el charro empistolado me viera?
Con gran dificultad, arrastrándome entre los surcos recién hechos para el tomillo y la albahaca, llegué a la cocina y luego a las cobijas de la cama.
El mundo de las tinieblas estaba allá, para los demás, para la nana, pero no para mí.