Se han percatado, estimados lectores, de cómo es que ocurren tantas cosas raras en el balompié mexicano. Cuando no es Chana, es Juana; cuando no es una cosa, es la otra; pero siempre nos salen con que: “A Chuchita la bolsearon y no sabe dónde quedó la bolita” ¿No me creen?.

Pues, como cubetada de agua helada cayó la noticia de que los dueños del balón tomaron la decisión de desaparecer, de un plumazo, la Liga de Ascenso, para darle cabida a un proyecto que, hasta ahora, no tiene ni pies ni cabeza, y que será conocido con el rimbombante nombre de “Liga de Desarrollo” ¡Otra mancha al tigre!

Tal y como si se tratase de Juan Charrasqueado: “no les dieron tiempo de montar en su caballo” y de buenas a primeras dieron por terminado el actual certamen, por supuesto, sin que se decretara un monarca, para acto seguido dejar desempleados a cientos de futbolistas.

Por supuesto que dicha decisión tendrá como consecuencia inmediata la abolición del descenso (y por ende del ascenso) y es ahí en donde se encuentra el meollo del asunto. Dicen que será por los próximos cinco años, pero nadie explica qué es lo que ocurrirá después.

También se afirma que la Liga Mx sufrirá una expansión para completar 20 equipos y que: Atlante, Celaya, Correcaminos, UdeG y Zacatepec, debido a sus antecedentes históricos, tendrían prioridad y ventaja para obtener, por la vía del dedazo, una franquicia en la Primera División.
Esta medida no solamente huele mal, sino que prohíja la mediocridad y replica arbitrariedades y fechorías semejantes, que vivimos en el pasado y que culminaron con la indebida permanencia en la división de honor de la escuadra que, deportivamente, había perdido la categoría.

La puñalada trapera alcanza igualmente al arbitraje; toda vez que, todos los silbantes que alguna vez tuvimos la dicha de no solamente llegar a la Primera, sino de convertirnos en estelares del silbato, como un requisito indispensable, pasamos por la Segunda División (o como ustedes prefieran llamarle) como parte del proceso de maduración. Y vaya que se curtía uno en arbitrarle a verdaderos “leones rasurados”, en medio de estadios repletos, ante un ambiente hostil, siendo garantes de la moral del juego, en medio de tantos intereses que representaba la obtención del ascenso.
No se necesita ser muy inteligente para deducir que algunos miembros distinguidos del “Cártel de pantalón largo” al ver peligrar su patrimonio balompédico movieron sus hilos estratégicamente al grito de… “Poderoso caballero es don dinero”.

Por: Eduardo Brizio / ebrizio@hotmail.com

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