En las profundidades de la sierra veracruzana, donde el cielo se funde con la tierra húmeda y los truenos retumban como lamentos ancestrales, la vida de Edilberto Quirasco Jiménez, un niño de apenas 11 años, se extinguió en un instante cegador. Era el lunes 25 de agosto, un día que debería haber sido de ilusión y preparativos para el regreso a clases. En cambio, se convirtió en una pesadilla eterna para su familia y la comunidad de Nuevo Xoteapan. Un rayo, ese caprichoso mensajero de la furia celestial, alcanzó al pequeño y a su tío Martín Quirasco Sixteco, de 44 años, mientras caminaban de regreso a casa bajo una tormenta implacable. La mochila nueva de Edilberto, cargada de cuadernos y lápices afilados, quedó intacta sobre su espalda inerte, un símbolo desgarrador de sueños truncados y una silla vacía en el aula de sexto de primaria.
La escena es casi poética en su crueldad: un sendero fangoso entre Pueblo Viejo y Nuevo Xoteapan, a dos horas de la cabecera municipal de Las Choapas, se transformó en el último escenario de sus vidas. Edilberto, con los ojos brillantes de excitación infantil, había acompañado a su tío Martín a la ciudad. El adulto necesitaba renovar su credencial del Instituto Nacional Electoral (INE), un trámite mundano que se convirtió en fatal.
Aprovechando el viaje, compraron los útiles escolares que el niño estrenaría el 1 de septiembre: libretas, colores, una mochila flamante que él insistió en ponerse de inmediato, como si no pudiera esperar a mostrarla en la escuela. "Mi niño Edilberto era gemelo con su hermanito Patricio. Ya iba a entrar a sexto de primaria, estaba tan ilusionado...", sollozó su padre, Edilberto Quirasco, en medio de un dolor que parece infinito.
Pero la naturaleza, indiferente y brutal, tenía otros planes. Alrededor de las 19:00 horas, cuando el sol ya se había ocultado tras las nubes cargadas de electricidad, una tormenta eléctrica azotó la región. Los relámpagos iluminaban el monte como flashes de un fotógrafo macabro, y el trueno rugía como un presagio. Tío y sobrino, caminando por una brecha expuesta –sin refugio, sin árboles que los protegieran del todo–, fueron alcanzados directamente por la descarga. La muerte fue instantánea: sus cuerpos quedaron tendidos en la parcela de los Cuevas, con quemaduras en la ropa y la piel, pero sin huellas de violencia humana. Solo la marca indeleble de un capricho atmosférico que, en un segundo, borró dos vidas.
La familia, alarmada por su ausencia, inició la búsqueda esa misma noche. Edilberto Quirasco, el padre, salió bajo la lluvia torrencial, pero el temporal lo obligó a regresar. "Pensamos que se habían quedado en la cabecera por el mal tiempo", relató entre lágrimas.
Al amanecer del martes 26, campesinos que se dirigían a sus parcelas tropezaron con la escena desgarradora: los cuerpos inmóviles, el niño aún con su mochila al hombro, como si estuviera listo para correr a la escuela. Protección Civil confirmó lo inevitable: no había signos vitales. La Policía Municipal acordonó el área, y la Fiscalía de Las Choapas inició la Carpeta de Investigación 315/2025, un frío número que no captura el abismo de dolor.
Nuevo Xoteapan, una comunidad rural enclavada en la sierra, donde la vida gira en torno al campo y las tradiciones sencillas, se ha sumido en un luto colectivo. Vecinos y conocidos se congregan en la humilde vivienda de los Quirasco, ofreciendo consuelo en forma de abrazos y oraciones.
"Era un niño tan bueno, tan lleno de vida. Soñaba con ser algo grande, pero el cielo se lo llevó", lamenta una vecina, cuya voz se quiebra al recordar al pequeño jugando con su gemelo Patricio. La escuela local, un modesto edificio de concreto, enfrentará el regreso a clases con una ausencia que pesa como una tormenta perpetua. La maestra de Edilberto, con el corazón hecho trizas, prepara un tributo: flores en su pupitre vacío, un recordatorio de que la educación, esa promesa de futuro, puede ser arrebatada en un parpadeo.
Esta no es una tragedia aislada en Veracruz. La Subdirección de Estudios y Pronósticos Meteorológicos de la Secretaría de Protección Civil reporta que la atmósfera ha estado activa, con tormentas fuertes en el sur del estado, encharcamientos y vientos intensos. Esa misma noche, en la carretera Minatitlán-Coatzacoalcos, dos motociclistas –una pareja– perdieron la vida en un choque posiblemente provocado por el cegador resplandor de un rayo. Cuatro muertes en total por la furia eléctrica, un recordatorio sombrío de la vulnerabilidad en zonas rurales donde los caminos son traicioneros y los refugios escasos.
Expertos en meteorología advierten que las tormentas eléctricas en la sierra de Las Choapas son frecuentes, exacerbadas por el cambio climático que intensifica los fenómenos extremos. "En áreas abiertas como éstas, un rayo puede ser letal. La gente necesita educación sobre cómo resguardarse: evitar campos abiertos, no refugiarse bajo árboles solitarios", explica un especialista de Protección Civil.
Pero en comunidades como Nuevo Xoteapan, donde la pobreza obliga a caminar horas para trámites básicos, la precaución choca con la necesidad diaria. La falta de infraestructura –caminos pavimentados, alertas tempranas– agrava el riesgo, convirtiendo cada tormenta en una ruleta rusa.
El duelo en Las Choapas trasciende las fronteras locales. En redes sociales, como Facebook y X (anteriormente Twitter), la historia de Edilberto se ha viralizado, con publicaciones que claman por justicia divina y apoyo para la familia. "El cielo se tornó en tragedia... un rayo cobró la vida de Edilberto y su tío. La mochila del niño quedó intacta, aún en su espalda", reza un post que ha conmovido a miles, generando una ola de solidaridad virtual. Usuarios comparten fotos de mochilas escolares como homenaje, recordando que detrás de cada niño hay un futuro robado.
Mientras el sol se pone sobre la sierra, la familia Quirasco vela los cuerpos en un ritual de dolor ancestral. Patricio, el gemelo sobreviviente, mira la mochila de su hermano con ojos que no comprenden la ausencia. ¿Cómo explicar a un niño que un rayo se llevó la mitad de su mundo?
Esta historia es un grito ahogado por la fragilidad humana ante la naturaleza indiferente. Porque en cada mochila hay un sueño, y en cada rayo, la posibilidad de que se apague para siempre.
