En 2023, Japón produjo más de 4,000 toneladas de matcha, el polvo verde brillante que ha conquistado al mundo por su sabor, su estética y su reputación como superalimento. Esa cifra equivale a unas 2,000 millones de tazas, pero ni siquiera eso basta: la demanda internacional de matcha ha superado la capacidad de producción artesanal japonesa, y la crisis apenas comienza.
Durante el mismo año, más de 37 millones de turistas visitaron Japón, y muchos se llevaron matcha por kilos. Las tiendas especializadas en Kyoto y Tokio enfrentan compras masivas de visitantes que buscan el auténtico polvo verde, mientras que las exportaciones a Estados Unidos, Europa y Latinoamérica también crecen sin freno.
Una tradición que no corre
El matcha no es simplemente té molido. Proviene de la variedad tencha, cultivada en regiones como Uji y Nishio, donde los campos son cuidadosamente cubiertos semanas antes de la cosecha para estimular la producción de clorofila. Después, las hojas se secan al vapor, se separan a mano de sus tallos y venas, y finalmente se muelen lentamente en molinos de piedra, un proceso que produce apenas 40 gramos de matcha por hora.
Este ritual, que se remonta al siglo XII con la llegada del budismo zen a Japón, no ha cambiado en siglos. El matcha fue central en la ceremonia del té (chanoyu), un arte que combina espiritualidad, estética y disciplina.
Pero hoy, ese mismo respeto por la tradición se ha convertido en su talón de Aquiles.
¿Matcha o masificación?
Los productores japoneses enfrentan una disyuntiva: acelerar el proceso usando métodos industriales y perder calidad, o mantener la elaboración artesanal y dejar al mundo sin matcha. El problema se agrava con la falta de mano de obra: muchos agricultores envejecen sin relevo generacional, y el clima cambiante complica aún más las cosechas.
Mientras tanto, el mercado global no espera. Las cafeterías de Nueva York, París o Ciudad de México ofrecen matcha lattes a diario, pero no siempre usan el polvo original japonés. La creciente demanda ha abierto la puerta a imitaciones chinas, coreanas e incluso latinoamericanas, que usan métodos más rápidos pero sacrifican sabor, textura y propiedades.
¿El fin del matcha como lo conocemos?
Aunque el matcha no desaparecerá del todo, su versión auténtica, artesanal y japonesa corre el riesgo de volverse un lujo escaso y costoso. El polvo verde que antes simbolizaba calma, contemplación y conexión espiritual hoy se enfrenta al dilema de la sobreexplotación y el consumo masivo.
Japón guarda celosamente su receta ancestral, pero quizá estemos ante una advertencia más del choque entre la tradición y el mercado global: cuando algo tan delicado y culturalmente rico como el matcha se vuelve tendencia, la pregunta no es si se podrá producir más, sino si se podrá seguir produciendo bien.
