Los stickers de WhatsApp se han convertido en una forma popular y divertida de comunicación. Sin embargo, en México, utilizarlos a partir de la imagen de otra persona sin su consentimiento puede tener consecuencias que van más allá de lo social.

En primer lugar, desde el punto de vista social, estas prácticas pueden derivar en burlas, estigmatización o bullying digital. Convertir a alguien en objeto de chistes mediante stickers afecta la manera en que es percibido en su entorno, reforzando estereotipos o ridiculizaciones que dañan su reputación.

En el plano psicológico, expertos señalan que la exposición involuntaria puede provocar sentimientos de ansiedad, vergüenza y pérdida de control sobre la propia imagen. Para las víctimas, ver su rostro convertido en objeto de memes puede derivar en baja autoestima y aislamiento social.

En cuanto al aspecto legal, la Ley General de Protección de Datos Personales en Posesión de Particulares y el derecho a la propia imagen reconocen que ninguna fotografía puede ser utilizada sin autorización expresa. Difundir stickers sin consentimiento podría considerarse una vulneración al derecho a la privacidad e incluso derivar en sanciones económicas o procesos legales. Además, si el contenido tiene un carácter ofensivo, podría clasificarse como acoso digital, lo cual está tipificado en varias legislaciones locales.

En este sentido, especialistas en derecho digital recomiendan que antes de crear o compartir stickers de terceros, se solicite autorización explícita. De lo contrario, el “juego” puede convertirse en un acto de violencia digital con repercusiones duraderas.

La práctica, aunque vista como inofensiva por muchos, refleja un debate creciente sobre los límites del humor en la era digital y la importancia de respetar la identidad y la dignidad de las personas en los entornos virtuales.

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