En el centro de Cuernavaca, al final de la calle de Guerrero, hacia el nor­te, se encuentra la calle Carlos Quaglia, llamada así en honor al tercer gobernador del Estado de Morelos. En ese lugar se encuentra un puente que cruza la barranca de Amanalco y también el acueducto que abasteció de agua a la ciudad desde el siglo XVIII, agua que provenía de los manantia­les de Gualupita, que se encuentran en lo que hoy conocemos como el jar­dín Melchor Ocampo. Los arcos del acueducto y el puente de Carlos Quaglia se conocieron por mu­chos años como de “Los Lavaderos”, debido a que enfrente de estos se en­contraban precisamente los lavaderos públicos.

Se sabe que desde la antigüedad roma­na ya existían los lavaderos públicos, de hecho, en las ruinas de Pompe­ya se encontró un edificio destinado a ese fin. En la mayo­ría de las poblacio­nes los lavaderos se establecían junto a ríos y arroyos y utilizando piedras o tablas inclinadas, las lavanderas arrodilladas frente a éstas realizaban su arduo trabajo enjabonando, res­tregando y gol­peando la ropa. A veces las mujeres para realizar sus labores se metían al río con el agua hasta media pierna y también llegaban a aprovechar la ocasión para ba­ñarse.

En Cuernavaca la profundidad de las ba­rrancas impedía que las personas llegaran con facilidad a los ríos. Asi­mismo, hay que recordar que no se contaba con un sistema de abasteci­miento de agua como lo conocemos actualmente. La población para poder obtener este líquido acudía a canales, a depósitos de distribución y a fuentes públicas, en donde la gente llegaba con grandes jarrones para tomar el preciado líquido y transportarlo a sus casas. También existían personas que se dedicaban a llevar agua a las casas a cambio de algunas monedas, los fa­mosos “aguadores”, que cargaban los cántaros de agua sobre sus espaldas, en carretas o burros.

En Cuernavaca, a fin de facilitar el trabajo de las amas de casa, se establecieron los lavaderos públicos cerca del acueduc­to. Se construyó un cobertizo que per­mitían a las lavan­deras dedicarse a sus faenas en días lluviosos o para protegerse del ar­diente sol. Un canal con agua corriente pasaba por el cen­tro del inmueble y a los costados de éste se colocaron hileras con cerca de treinta lavabos de piedra de cada lado y un pasillo de aproximadamen­te dos metros de ancho rodeaba el conjunto.

 

Los hombres nunca llegaban a pararse por estos lugares, quizás llegaban a lavar la ropa, pero nunca en un lugar público, inclusive se les prohibía detenerse a mirar a las mujeres que se encontraban ahí.

Debe haber sido una ardua labor para las mujeres cargar la ropa hasta ese sitio, lavarla y después cargar nue­vamente la ropa mojada hasta sus casas para tenderla al sol. En una época en que la mu­jer contaba muy poco socialmente, el lavadero público era como un club en donde las mujeres po­dían hablar con libertad y se podía manifestar como era en realidad. Las mujeres general­mente entre tallada y tallada aprovechaban para platicar los últimos acontecimientos, inter­cambiar experiencias o alguna que otra receta de cocina y, por supues­to, no podían faltar los chismes que inventaban y que después se dis­persaban rápidamente por toda la ciudad. En algunas ocasiones estas charlas subían de tono, terminando no pocas veces en tremenda riña. Esto provocó que estos lugares generaran muy mala fama, de ahí la tan famosa frase de: ”pare­ces de los lavaderos”.

 Después de la revo­lución los canales, acueductos y las pocas tuberías de agua potable que existían en la ciu­dad se encontraban en completo estado de deterioro. Al regresar el estado de Morelos al orden constitucional con el gobierno de Don Vicente Estrada Cajigal en 1930 se iniciaron las obras para mejorar el abastecimiento de agua. La ciu­dad contaba con 15,000 habitantes, pero se hicieron los cálculos para dar servicio a 30,000 personas con 250 litros diarios por persona.

 Las obras se con­cluyeron en 1932. Al contar con agua potable en prácticamente todas las casas, ya no fue necesario ir hasta los lavaderos públicos. En algunas vecindades se establecieron lavaderos en áreas comunes con una pileta de agua y unos cuantos lavabos para el uso colectivo. El edificio de los lavaderos públicos finalmente tuvo que ser demolido para dar lugar a una pequeña escue­la que operó por algún tiempo en ese lugar.

 

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