Durante décadas, generaciones enteras crecieron temblando al oír esa palabra: el robachicos. No era una criatura de película, ni un monstruo con garras sobrenaturales. Era algo peor: alguien que podría estar caminando entre nosotros. Y lo más perturbador es que su origen no fue una invención… sino un caso real que sacudió la ciudad, sembró el miedo y dio pie a una paranoia nacional.
El caso que desató el miedo
Todo comenzó en una noche cualquiera del 6 de noviembre de 1945, cuando Ana María Lomelí, madre de familia, recibió una llamada inesperada. Al otro lado de la línea, una voz masculina intentó extorsionarla. Pero la verdadera pesadilla había comenzado un mes antes, cuando su hijo, Fernando Bohigas Lomelí, de apenas dos años, desapareció sin dejar rastro.
La noticia se regó como pólvora en el entonces Distrito Federal. Las familias, ya tensas por la posguerra y el caos social, comenzaron a entrar en estado de alerta. ¿Y si el niño que jugaba en tu banqueta también podía desaparecer?
Cuando el miedo se hace epidemia
Los periódicos de la época no tardaron en amplificar el terror: titulares que hablaban de “robachicos capturado” comenzaron a aparecer en diferentes estados, mientras cientos de familias denunciaban desapariciones. Según registros de la UNAM, se calcula que hasta 400 menores fueron llevados a trabajar forzadamente a haciendas henequeras, sobre todo en el sur del país. Pero las fronteras entre la realidad y el rumor se diluyeron rápido.
El “robachicos” ya no era una persona con nombre. Se convirtió en un ente que podía estar en cualquier esquina, acechando con un costal, dulces envenenados o promesas vacías. El mito había nacido.
El final del caso… pero no del mito
El 27 de abril de 1946, una llamada anónima llegó a la policía. La voz afirmaba saber dónde estaba Fernando. Al llegar a una casa de la colonia Moctezuma, los oficiales encontraron al niño en brazos de María Elena Rivera y Carlos Martínez Maldonado. La pareja había robado a Fernando porque ella no podía tener hijos. Lo rebautizaron como “Augusto Eugenio Martínez Rivera” e intentaron criarlo como suyo. La historia parecía tener un cierre… pero el daño ya estaba hecho.
A partir de ese momento, el concepto de robachicos quedó instalado en el inconsciente colectivo mexicano. La figura del secuestrador de menores dejó de ser una historia aislada y se convirtió en el coco de carne y hueso. Aquel caso sembró una idea: el verdadero monstruo no vive debajo de la cama, sino en la esquina… y podría parecer inofensivo.
¿Mito urbano o advertencia necesaria?
El robachicos fue, para muchos niños, el equivalente del hombre del saco o el Boogeyman. Pero a diferencia de esas leyendas, este nació de una historia real. Y lo inquietante es que aún hoy, en distintas partes de México, sigue siendo usado para advertir: “Pórtate bien, o te va a llevar el robachicos”.
Tal vez, más que una fábula de castigo, el mito nos habla del miedo a lo desconocido. A perder lo más valioso. A que un día alguien desaparezca sin dejar rastro. Y eso, más que cualquier cuento, sigue siendo terror puro.
