Durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, Adolf Hitler llegó a concebir uno de los proyectos más oscuros y absurdos de su mandato: arrasar Moscú, ahogar a todos sus habitantes y convertir la ciudad en un gigantesco lago artificial.
Un odio personal contra Moscú y el comunismo
Desde el inicio de la Operación Barbarroja en 1941 —la invasión alemana a la Unión Soviética—, Hitler veía a Moscú no solo como un objetivo militar, sino como el corazón ideológico del comunismo. En su mente, la destrucción de la capital soviética significaba aniquilar el alma del enemigo.
Informes recuperados tras la guerra revelan que el dictador alemán, en su obsesión por demostrar superioridad absoluta, llegó a ordenar estudios técnicos para liberar las aguas de las represas del canal Moscú-Volga, con el fin de inundar toda la región y borrar la ciudad del mapa. Según testimonios, quería que “Moscú desapareciera bajo las aguas y no quedara piedra sobre piedra”.
Un plan imposible
Los ingenieros del Reich evaluaron la idea, pero pronto comprendieron que era impracticable. La infraestructura soviética era enorme, y el control de las represas requería ocupar la ciudad primero, algo que el ejército alemán nunca consiguió.
Aun así, el hecho de que se considerara seriamente demuestra el grado de fanatismo y desesperación que dominaba al Führer en los últimos meses del conflicto.
La resistencia soviética que cambió la historia
El invierno ruso de 1941 se convirtió en el peor enemigo de las tropas nazis. Las temperaturas de hasta -40°C congelaron vehículos, armas y soldados. La Batalla de Moscú marcó la primera gran derrota de Alemania en el frente oriental.
Mientras Hitler imaginaba lagos sobre ruinas, los soviéticos se reorganizaban bajo el mando del general Georgi Zhúkov, quien lideró una defensa feroz que terminó expulsando a los invasores. Moscú sobrevivió, y su resistencia fue un punto de inflexión decisivo en la guerra.
Los historiadores coinciden en que, hacia 1943, Hitler ya vivía inmerso en un delirio total. Enfermo, paranoico y encerrado en su búnker, pasaba horas ideando proyectos imposibles: ciudades flotantes, armas milagrosas y, en este caso, la inundación masiva de una capital.
