Dormir plácidamente y, de pronto, despertar con la sensación de que una explosión estalló dentro de la cabeza. Así se describe uno de los síntomas más desconcertantes del Síndrome de la Cabeza Explosiva (EHS, por sus siglas en inglés), una parasomnia poco común que afecta a miles de personas en silencio.
Este trastorno se caracteriza por la percepción repentina de ruidos intensos —como explosiones, disparos o golpes metálicos— durante las transiciones entre el sueño y la vigilia. Aunque no hay dolor físico asociado, el sobresalto puede provocar miedo, ansiedad y una importante alteración en la calidad del descanso.
¿Qué causa esta extraña experiencia?
El origen del EHS sigue sin estar del todo claro. Según el Instituto Nacional de Salud (NIH), se han propuesto diversas teorías: disfunciones en los circuitos cerebrales que regulan la atención, alteraciones en la actividad del tronco encefálico, problemas con los canales de calcio, o incluso un mal funcionamiento en los sistemas de neurotransmisores como la serotonina.
También se ha vinculado con condiciones médicas como apnea obstructiva del sueño, migrañas con aura del tronco encefálico y la retirada abrupta de medicamentos como antidepresivos tipo ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina).
Un estudio japonés del Night in Japan Home Sleep Monitoring Study encontró además una asociación significativa entre el EHS y factores psicológicos como ansiedad, depresión, insomnio y fatiga, lo que sugiere que el estrés emocional podría jugar un papel importante en la aparición de los episodios.
Un diagnóstico complicado
A pesar de que el EHS fue descrito por primera vez en 1876 por el neurólogo Silas Weir Mitchell —quien lo llamó “choques sensoriales”—, no fue reconocido oficialmente como trastorno del sueño hasta 2005, con su inclusión en la segunda edición de la International Classification of Sleep Disorders (ICSD-2).
El diagnóstico actual se basa en criterios clínicos establecidos por la ICSD-3: la percepción de un ruido explosivo interno, el despertar abrupto sin dolor y la exclusión de otras enfermedades neurológicas o psiquiátricas.
No existen pruebas objetivas que confirmen su presencia, lo que complica su detección. Por eso, es frecuente que se confunda con epilepsia, migrañas o incluso brotes psicóticos, llevando a tratamientos innecesarios.
El tratamiento: información y tranquilidad
Aunque no existe una cura definitiva, la mayoría de los casos se controlan eficazmente con educación al paciente. Explicar que se trata de una condición benigna suele reducir la ansiedad y, con ella, la frecuencia de los episodios.
Un caso documentado por el NIH relata cómo una mujer de 58 años, que sufría EHS junto con apnea del sueño, dejó de experimentar síntomas después de recibir una explicación médica detallada sobre su condición, a pesar de no seguir el tratamiento para la apnea.
Algunas investigaciones recientes, como las publicadas en el Journal of Clinical Sleep Medicine, han explorado terapias alternativas como la estimulación magnética transcraneal de pulso único (sTMS) y la terapia cognitivo-conductual para el insomnio, con resultados prometedores.
Un trastorno ignorado
A pesar de su impacto en la vida cotidiana, el EHS continúa siendo subdiagnosticado y poco comprendido. Su carácter benigno y la ausencia de biomarcadores objetivos han limitado el interés de la comunidad científica, aunque el uso de tecnologías como el electroencefalograma (EEG) o la polisomnografía podría ofrecer nuevas pistas para su estudio.
Mientras tanto, muchos pacientes siguen despertando en medio de la noche por explosiones que nadie más escucha. Y aunque no representan una amenaza física, sí son un recordatorio inquietante de cuánto queda aún por descubrir sobre la mente dormida.