Corría el año de 1967, yo tenía 7 años y como a veces sucedía mi abuela materna Carmen nos invitaba a ir a Iguala, Guerrero, en donde tenía su casa principal. Pero en esa ocasión no iríamos por carretera, sino por tren, de Cuernavaca a ese “lugar de la noche”, que es lo que significa Iguala en náhuatl.

Mi abuelo, Luis Aranda Velasco, esposo de Carmen era un exitoso empresario que tenía ferreterías. Había iniciado su negocio vendiendo clavos en el suelo, en el mercado de Iguala. Su negocio se llamaba “La Balanza” y había prosperado a tal grado que llegó a tener sucursales en Acapulco, en la Ciudad de México, en Cuernavaca y por supuesto en Iguala. En prácticamente todos estos lugares tenía una casa en dónde quedarse, pero la más bonita y la principal era la de Iguala, hacia donde nos dirigíamos. En Cuernavaca su ferretería se ubicaba en la calle de Guerrero y la compartía con su hermano Silvino, quien con el tiempo se quedó con ese negocio por acuerdo mutuo.

Para realizar este viaje teníamos que tomar el tren en la estación de Cuernavaca, pero tuvimos que esperar pues llegaba con retraso. Esta ruta era la México-Balsas e inicialmente se había planeado para que llegara hasta Acapulco, pue se pretendía conectar a este puerto con la Ciudad de México, pero esta nunca se terminó y solamente llegó hasta el pueblo de Balsas. El trayecto contaba con 32 estaciones, iniciaba en la estación de Buenavista, y pasaba por otras 7 estaciones dentro del entonces Distrito Federal, la última era La Cima, en el kilómetro 61.4 del recorrido. Ya entrando al estado de Morelos continuaba por la estación Toro, luego llegaba a Tres Marías en el kilómetro 74.1 y seguían las estaciones; El Parque, Alarcón, Ramón y Cuernavaca en el km. 119.4 del recorrido y que era la estación número quince (Iguala era la número veintiocho).

El ferrocarril al fin llegó y el convoy se componía en su mayor parte de vagones de carga y solamente los dos últimos eran de pasajeros. El costo del viaje era realmente muy barato y la mayoría de los pasajeros era gente humilde que transportaba sus mercancías en huacales y cajas de cartón. Los asientos del vagón eran de madera, muy incómodos. Afortunadamente el furgón contaba con baño, que realmente era un cuartito con un excusado, en el que al fondo se podía ver la graba y los durmientes de la vía, por lo que los deshechos caían directamente ahí.

Al fin el tren se puso en marcha y mientras avanzaba nos entreteníamos en observar las casitas, las montañas, los campos cultivados de maíz, frijol, rosas y otros productos. Veíamos a los hombres de campo con sus yuntas y sus instrumentos de trabajo o cargando sus costales después de haber cosechado sus productos. Era un paisaje bonito y tradicional de nuestra tierra.

Cada vez que llegábamos a una estación había gente que subía y otros bajaban. Mientras esto ocurría, había mujeres del lugar que se acercaban al tren con sus canastas para vender sus productos, que algunos compraban desde las ventanas.

El recorrido era muy lento y el tren paraba frecuentemente, por motivos mecánicos o porque tenía que esperar a que pasara el convoy que venía en la dirección contraria. Después de haber pasado la última estación de Morelos, que era la de Puente de Ixtla-Cajones (km 197.9), seguimos rumbo a Buenavista de Cuellar. De repente el tren se paró en medio de un gran maizal. Bajaron los maquinistas y otros operadores del ferrocarril y solo veíamos que iban de un lado a otro tratando de solucionar el problema mecánico. De repente vimos que los avisadores del tren salieron con señales y luces de bengala para avisar a otros convoyes que pasarían por esa ruta, a fin de evitar una colisión.

El tiempo transcurría y no había solución. Los pasajeros sufríamos del calor, de sed y de hambre, así que algunos se empezaron a organizar, unos recogiendo leña para hacer fogatas, otros fueron a los maizales a cortar mazorcas tiernas. Entre todos comimos una gran cantidad de elotes, por lo que me imagino la gran sorpresa que se debe haber llevado el campesino dueño de esa parcela, al ver sus plantas con menos mazorcas.

Después de varias horas de espera los operadores solucionaron el problema y pudimos continuar hasta nuestro destino, al cual llegamos como a las siete de la tarde., es decir que el viaje había durado ocho horas para llega a Iguala.

Esa lentitud de los ferrocarriles fue uno de los motivos por los que esa ruta dejó de operar en 1997, a unos meses de que cumpliera su primer centenario. Era más rápido y seguro utilizar los camiones que circulaban por las carreteras. Pero a esos problemas se sumaron otros, como los frecuentes accidentes, obsolescencia de equipo, poca demanda del servicio, altos gastos administrativos como el de prestaciones y pensiones del sindicato ferrocarrilero, etc.

El presidente Lázaro Cárdenas había expropiado los ferrocarriles en 1937, pero los siguientes gobiernos nunca los modernizaron o realizaron una reingeniería, ni invirtieron en nuevo material rodante, como locomotoras o vagones, o en talleres, estaciones, vías, y otros. En muchos casos se seguía utilizando la infraestructura del porfiriato, hasta que finalmente, en 1985 se tuvo que privatizar para rescatar lo que se podía y lo demás dejó de operar, como la entrañable ruta México-Balsas.

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