José María Morelos y Pavón fue un personaje polifacético. Durante su niñez fue ayudante de carpintero en Valladolid, su ciudad natal; su padre era dueño de una carpintería. Su educación básica la hizo en la escuela de su abuelo materno, al mismo tiempo que su madre le daba clases en el seno del hogar.
Más tarde cuando su padre abandonó a su mamá, para ayudar en la economía familiar, José María se fue a trabajar con su tío Felipe a una hacienda de Apatzingan, donde trabajó un año como auxiliar del administrador. Posteriormente, le llamó la atención el trabajo de los arrieros que conoció en esta hacienda, quienes le platicaban de las travesías y aventuras realizadas durante sus largos viajes por la tierra caliente y las costas del Pacífico.
Cabalgando al frente de sus recuas conoció el litoral del océano desde Zacatula hasta Huatulco, transitó por la Sierra Madre, viajó muchas veces por los 500 kilómetros del camino real de Acapulco a la ciudad de México; así fue como conoció el territorio sur del país; trató a gente de distintos estratos: comerciantes, campesinos, obreros, rancheros, pescadores, arrieros, hacendados como los Bravo y los Galeana y hasta tuvo contacto con piratas.
En algunas ocasiones viajó por alta mar. Después de 10 años de vida viajera, dejó el trabajo de arriero para ingresar al colegio de San Nicolás Obispo en Valladolid, donde inició su carrera sacerdotal y después ingresó al seminario Tridentino.
De esta forma durante 7 años llevó una vida de seminarista, tiempo en el que además se tituló de bachiller en artes y dio clases a niños indígenas de una escuela en Uruapan, para finalmente titularse de presbítero en una ceremonia presidida por el obispo de Michoacán.
En su carácter de sacerdote trabajó 13 años como cura en las parroquias de Churumuco y La Huacana y después en las parroquias de Carácuaro y Nocupetaro; ambos curatos ubicados en territorio de Tierra Caliente. Y sin descuidar su curato y ministerio sacerdotal, al mismo tiempo se dedicó al comercio y a la construcción, beneficiándose él y los nativos que lo apoyaron en estas actividades; tuvo como socios en sus negocios a su hermana y cuñado.
En 1810 renunció a su ministerio en el curato de Carácuaro y Nocupetaro para ingresar al ejército insurgente que acababa de rebelarse contra el gobierno de la Nueva España, recibiendo de parte del caudillo Miguel Hidalgo la comisión de organizar y desplazar el movimiento insurgente por todo el territorio sur del país, teniendo como principal objetivo la conquista de la bahía de Acapulco, puerto internacional del comercio.
Así fue como el 25 de octubre de 1810, a la edad de 45 años el cura insurgente inició su carrera militar, la que realizó en el transcurso de cuatro campañas que durarían 5 años hasta el final de su vida.
Destacó como comandante, estratega y valiente guerrero venciendo a poderosos ejércitos virreinales, obteniendo como botín cuantioso armamento del enemigo y conquistó ciudades tan importantes como Oaxaca. Protagonizó epopeyas como la batalla del Sitio de Cuautla.
Además, tuvo la visión, en medio de la guerra, para organizar en Chilpancingo el primer congreso insurgente, donde fue electo generalísimo de los ejércitos insurgentes y titular del poder ejecutivo de la naciente nación mexicana.
La principal aportación de Morelos a la naciente nación fue la promulgación de la constitución insurgente, que tuvo como génesis sus famosos “Sentimientos de la Nación”. Desafortunadamente, Morelos cayó en desgracia y fue hecho prisionero el 5 de noviembre de 1815 en Atenango del Río, para ser juzgado y fusilado 47 días después.
Durante el transcurso de su vida, Morelos siempre fue un fervoroso devoto de la Virgen de Guadalupe, devoción que le inculcó su madre desde su niñez. Y cabe destacar que su maestro y jefe insurgente, Miguel Hidalgo y Costilla, también fue devoto de la Virgen de Guadalupe.
Desde que Morelos inició su primera campaña militar, siempre enarboló un estandarte de la Virgen de Guadalupe y dio la orden a sus guerrilleros que la contraseña entre ellos siempre sería pronunciando en voz alta o gritando: ¡La Virgen de Guadalupe!
En su campamento de El Veladero en Acapulco, Morelos organizó un batallón con los guerreros más sanguinarios al que puso por nombre “Regimiento de Guadalupe”, con Hermenegildo Galeana como jefe.
Al finalizar su primera campaña, Morelos promulgó el decreto con el que creaba la provincia o intendencia de “Guadalupe Técpan”, antecedente del actual Estado de Guerrero. Cuando Morelos le envió una misiva a Ignacio López Rayón, para informarle había conquistado la ciudad de Oaxaca, le dijo: “Este triunfo se debe a la Emperadora Guadalupana”.
El 11 de marzo de 1813, cuando se dirigía con su ejército rumbo a Acapulco, Morelos se detuvo en Ometepec, donde emitió este decreto: “Mando que en todos los pueblos se continúe la devoción de celebrar una misa el día 12 de cada mes y en el mismo día deberán los vecinos exponer la Santísima Imagen de Guadalupe en las puertas o balcones.
Deberá todo hombre de diez años arriba traer en el sombrero la cucarda de los colores nacionales, blanco y azul, y una divisa de listón o cinta en la que declarará ser devoto de la Santísima Imagen de Guadalupe”.
El 14 de septiembre de 1813, durante el Congreso de Chilpancingo, Morelos dio a conocer sus “Sentimientos de la Nación”; el número 19 dice: “Se establezca por ley constitucional, la celebración del día 12 de diciembre en todos los pueblos, dedicado a la patrona de nuestra libertad, María Santísima de Guadalupe, encargando a todo los pueblos, la devoción mensual”.
Cuando a Morelos lo conducían al patíbulo pidió a sus custodios que le permitieran pasar a la basílica del Tepeyac, para despedirse de la Virgen de Guadalupe.
Entró al templo del Pocito, se arrodilló ante la virgen, para encomendarse a su Emperadora Guadalupana. Unas horas después sería fusilado y su cuerpo enterrado en el atrio de la capilla de San Cristóbal Ecatepec el 22 de diciembre de 1815.
El legado guadalupano de Morelos lo continuaron sus soldados; uno de ellos, el primer presidente del México cambiaría su nombre por el de Guadalupe Victoria.
Por: Juan José Landa Ávila / opinion@diariodemorelos.com
