Quinta Las Palmas, residencia del ex presidente Plutarco Elías Calles en la esquina de Morelos y Motolinía, se demolió para construir en su lugar un supermercado.

Cuernavaca debería ser más atractiva si los ciudadanos cuernavacenses y sus autoridades hubieran preservado los atractivos ecológicos, históricos, arquitectónicos y turísticos que han desaparecido por descuido, inconsciencia e indiferencia. Un porcentaje del patrimonio perdido se debe a que no existe entre la mayoría de los cuernavacenses ese sentimiento de preservación; este patrimonio se perdió por una ausencia del sentido de pertenencia. Ejemplo de los atractivos perdidos: Los dos milenarios ahuehuetes (árbol nacional) talados al borde del antiguo camino real (hoy Av. Zapata), ubicados frente al santuario de Tlaltenango. El Salto de Tlaltenango, ubicado entre las calles Compositores y San Gerónimo, y que una familia pudiente se lo apropio impidiendo el acceso a esta cascada. Lo que quedaba de la finca e ingenio de Hernán Cortés, demolido para construir una escuela en Tlaltenango. La estatua de Emiliano Zapata ubicada en la glorieta de Tlaltenango, la quitaron para colocar en la glorieta de Santa María otra del mismo personaje. El Chalchihuapan, único río que atraviesa casi a flor de tierra el poniente de Cuernavaca, actualmente invisible por el crecimiento urbano que cerró su paisaje y ahora su cauce sólo puede verse por tres puentes; este río viene del bosque del Tepeite. El trapiche de Axomulco, segundo ingenio azucarero de la Nueva España, hoy en día pertenece a un lujoso condominio en la colonia Rancho Cortés. El panteón porfiriano de la Leona con sus tumbas adornadas con valiosos objetos de arte sacro, ha sido víctima del vandalismo. Las cascadas del Salto Grande y Salto Chico de San Antón, están contaminadas con basura donde hace décadas nadaban nutrias. Las espesas huertas de guayabas de San Antón han desaparecido desde hace más de medio siglo. Las pozas del río del Pollo, donde gente de todas edades las frecuentaba para pasar ratos de alegría nadando lejos del bullicio citadino, hoy están contaminadas.

El magnífico hotel Chulavista con sus albercas y salones de bailes, clasificado de cinco estrellas, construido sobre una loma desde donde se apreciaba un bello panorama de la ciudad capital, del Valle de Cuernavaca y de la barranca de San Antón, frecuentado por turistas extranjeros y artistas, hoy en día sigue en pie, pero ya no es hotel. El ejido de Acapantzingo digno de un edén con sus apantles, arrozales, milpas y avistamientos de bandadas de tordos haciendo vuelos sincronizados, ha sido invadido por fraccionamientos, comercios, negocios de giro rojo y salones de fiestas. Las espesas huertas y cafetales de Acapantzingo también han desaparecido por el voraz crecimiento urbano. El balneario de Chapultepec abastecido con el agua fría de su milenario manantial, que formaba cascaditas y amplias pozas, donde era un deleite nadar disfrutando de esa agua de encanto; lo expropió el gobierno estatal a los chapulines para cerrarlo y convertirlo en sede de oficinas burocráticas.

El parque porfiriano Melchor Ocampo siempre en el abandono, perturbado, maltratado, sus fuentes originales desaparecidas, sus estatuas de Melchor Ocampo, Simón Bolívar y María Félix robadas; antaño un paraíso por sus manantiales, ahuehuetes, aves y vegetación que funciona como generadora de oxigeno. La terminal porfiriana de la estación del tren, abandonada durante 15 años y con motivo de que fue incendiada hace 11 años, la rescataron para convertirla en una escuela de música. El parque de la Estación con sus gigantescos eucaliptos, partido a la mitad para hacer un retorno vehicular y construir unas oficinas gubernamentales; además quitaron la estatua de Cuauhtémoc para reubicarla en un lugar inadecuado. Los manantiales del Pilancón, siempre en el abandono, paraje escogido para tirar basura; hasta ahora unos ecologistas se han preocupado por rescatarlos.

El Hotel Casino de la Selva, recinto turístico, cultural y ecológico de fama internacional, sitio histórico, considerado la Capilla Sixtina Mexicana, donde afamados arquitectos y artistas crearon obras de excelencia, vendido por el gobierno federal a una empresa capitalista para demolerlo y en su lugar construyeron dos mega tiendas. El edificio porfiriano de la cervecería Porfirio Díaz con su chacuaco, ubicado en Gualupita, comprado después por la cervecería Modelo, donde funcionaba una fábrica de hielo, demolido para construir en su lugar un negocio de materiales para la construcción y el restaurante Los Ocampo, ahora se localiza ahí la terminal La Selva.

La barranca de Amanalco atraviesa Cuernavaca por la mitad, profunda, lúgubre, generadora de corrientes de aire, en cuyo lecho corre un arroyo antaño de agua cristalina que formaba pozas y ahora es un cochinero por la basura y las descargas de agua contaminadas que escurren en sus laderas, donde todavía es hábitat de fauna nativa que compite por espacios con la fauna nociva; nadie se preocupó por conservarla como Dios la creó, aunque dice una leyenda que esta barranca la abrió el Tepozteco con sus orines. El puente del Diablo, el más antiguo de Cuernavaca, atraviesa la barranca de Amanalco, presenta un triste paisaje por tanta basura tirada en su entorno. El Rancho Colorado con sus manantiales, una selva en el centro de Cuernavaca, devastada y talados sus ahuehuetes para construir el mercado Adolfo López Mateos. Los murales plasmados en el techo del mercado ALM, obra plástica titánica chamuscada y desaparecida por el incendio provocado debido a las pésimas instalaciones eléctricas de este mercado.

Quinta Las Palmas, residencia del ex presidente Plutarco Elías Calles, tenía una huerta y bellos jardines, la frecuentaba el jefe máximo durante la etapa del maximato hasta su exilio, la demolieron para construir en su lugar un supermercado. El mercado porfiriano Benito Juárez construido de tabiques prensados, herrería y vitrales, con su reloj en la fachada, ubicado en la céntrica calle de Guerrero, demolido por las autoridades para obligar a los comerciantes a cambiarse al nuevo mercado, sin que ellos hicieran el intento por evitar la demolición de su antiguo mercado.

El Jardín del Morelotes, hermosa terraza ubicada al costado sur del Palacio de Cortés con sus bancas, laureles y la estatua de José María Morelos y desde donde se admiraba un bello panorama del Valle de Cuernavaca, hoy en día invadida desde hace 30 años por comerciantes y artesanos, quienes instalaron sus puestos para no quitarse jamás. La decoración original del cine Ocampo con sus esculturas, pinturas, cortinas, luces, espejos y alfombras; considerado el diseño más bello de todos los cines de México, ya no existe esa lujosa imagen por las restauraciones que le han hecho a este inmueble que ahora es teatro.

Hasta la arenga de los cuernavacenses ya no se escucha: “Yipi yapa, dicen los de Cuernavaca, que el animal que es del agua, nomás la pechuga saca”.

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