Incluyendo el transporte público, unos 600 mil vehículos automotrices circulan por los caminos, calles, carreteras y autopistas de Morelos. Así que, según proyecciones del Consejo Nacional de Población, para una población de 2,085,423 habitantes hay aproximadamente un vehículo por cada tres personas, un número que debería alarmarnos por la emisión de contaminantes a la atmósfera. Y un problema en el que la situación orográfica de Morelos permite que los vientos “barran” las partículas suspendidas de bióxido de carbono, una ventaja que no tienen en el Valle de México donde las serranías impiden esa limpieza con la regularidad requerida. Por ese lado la hemos venido librando; el asunto del parque vehicular de Morelos es de otra cosa. Dicho sin ambages, estamos en el punto crítico de resolver una cuestión que nos debimos plantear hace cuarenta años, pronosticada fatalmente en la película de los años setenta de ciencia ficción con Charlton Heston, titulada “Cuando el destino no alcance”. Eso parece habernos sucedido en materia de vialidades urbanas, suburbanas y nacionales. Salvo la zona poniente, ya no hay para dónde hacerse y hacia allá habría que expandir la concentración urbana y el desfogue de las arterias, porque Cuernavaca no da para más; tampoco los demás municipios de la zona conurbada del centro de Morelos: Temixco, Jiutepec, Xochitepec, Tepoztlán y Huitzilac. Haciendo un poco de memoria encontramos que la única gran avenida inaugurada los últimos años en Cuernavaca data de los años ochenta, Teopanzolco que, lograda por el gobierno de don Lauro Ortega, alivió parcialmente la concentración vehicular en la zona nororiente de nuestra ciudad. Siguió el Puente Cuernavaca 2000, que une el tráfico de la calle Jesús Herlindo Preciado y la avenida Álvaro Obregón; después el puente que articuló las avenidas Palmas y Domingo Diez, más tarde “El Puente Idiota”, que no mitigó, sino complicó la circulación en el crucero del Casino de la Selva; la ampliación del puente de El Túnel, además de ampliaciones suburbanas o foráneas como las del tramo Acatlipa-Alpuyeca, los pasos a desnivel del antiguo Paseo Exprés y ampliaciones de vialidades en Jojutla y Jiutepec. Se han ensanchado calles y carreteras que ya existían, pero no se han construido nuevas alternativas, mientras el número de vehículos ha crecido exponencialmente. Si a principios de los años veinte, al final de la Revolución Mexicana había uno o dos coches Ford Modelo “T”, entre los pocos que se habían aventurado por la carretera de diligencias de Tlalpan y Topilejo a Huitzilac y Cuernavaca, casi cien años después por las arterias de Morelos circula casi medio millón de automotores, esos “patas de hule” que ya no para dónde hacerse sin atizar la hoguera del caos citadino. Para comprobarlo basta checar puntos en un día normal de clases, como la bajada a Chalma, El Polvorín, la avenida Diana y, por supuesto, el antiguo libramiento MéxicoCuernavaca. La solución es la construcción de vialidades en el lado poniente de Cuernavaca, no hacia el norte, el sur y el oriente donde no cabe ni un alfiler. En tanto el destino ya nos alcanzó… (Me leen el lunes).
