En ciertas regiones del cristianismo ortodoxo entierran a los difuntos de pie, parados, pues. Creen que ello simboliza la resurrección y la ascensión al cielo, que esta posición facilita la preparación para el juicio final y la vida después de la muerte. Pero, dicho sea esto con el debido respeto a las tradiciones y las costumbres de cada pueblo del mundo y de México: además caben más difuntos parados que acostados…
Esta nota con datos del Inegi ejemplifica el tema. En las delegaciones Iztacalco, Miguel Hidalgo y Venustiano Carranza de la Ciudad de México hace años que los cementerios son reportados “completamente llenos”. Se concluye que los cuerpos en las tumbas sin derecho a la perpetuidad son exhumados y enterrados en la fosa común. Así sucede normalmente y, al igual que en los panteones de todo el país, en el camposanto de la Leona –el más antiguo o uno de los más antiguos de nuestra entidad–, cumplido cierto tiempo los restos sin el pago de perpertuidad son mudados a la fosa colectiva. Pero si en efecto la saturación de nuestros cementerios no es como para que los difuntitos sean sepultados de pie, tampoco es el caso del cementerio Parque de la Paz de Cuernavaca, uno de los más viejos de la capital morelense, pues data de principios de siglo XX, y cuyo suelo hace meses advierte problemas de inestabilidad. A este respecto, el Ayuntamiento anunció que esta semana aprovechará una reunión con la gobernadora Margarita González Saravia para plantearle un proyecto de mitigación y remediación en la zona de Los Pilares del panteón Jardines de la Paz. La información indica la continuidad del traslado de cuerpos a un lugar seguro donde no haya derrumbes. Hace un par de años, un derrumbe provocó la caída de rocas que destruyeron dos casas y causaron la muerte de tres mujeres. Por cierto, en los pasados Días de Muertos se anunció un plan para convertir el Panteón de la Leona en “un atractivo permanente”. Inaugurado en 1885, este camposanto es de los más famosos y antiguos de Cuernavaca. Ahí fueron sepultados los exgobernadores Manuel Alarcón, Luis Flores y Vicente Estrada Cajigal; el diputado Domingo Diez Ruano, el futbolista “Coruco” Díaz.
En general, los cementerios siempre han sacudido la curiosidad popular. Esta experiencia personal ilustra el asunto: Hacía años que el panteón estaba en desuso, ruinoso, abandonado. Sin embargo, a los niños de entre diez y doce años del barrio cercano al Parque Independencia no nos daba miedo correr en el laberinto de tumbas, o divertiros buscando la cueva que se decía existía en la colina de junto pero que nunca pudimos hallar. Hablo del Zacatecas de fines de los cincuenta, y del Panteón de Chepinque o Chipinque, como se llama el escenario del relato Las incursiones eran por las tardes, íbamos cuatro, seis y hasta ocho escuincles, dependiendo de a cuántos nos daban permiso o quiénes conseguíamos escapar de la vigilancia paterna. Nos introducíamos en las tumbas que estaban a ras del piso, gateando entre el polvo y cachos de cantera, inalcanzables para nuestra estatura enana los orificios rectangulares de las criptas de arriba. En Zacatecas el viento sopla casi todo el año, y fuerte en las tardes de otoño cuando suena lastimero. Entonces piensas: ¿será que los difuntos se encuentran tristes? Hablo del Zacatecas de fines de los cincuenta. Y hasta hoy me pregunto: ¿qué hizo la gente del gobierno con tantos esqueletos, cientos si no fue que miles? Incinerarlos no, pues que recuerde no había horno crematorio. ¿O fueron enterrados en una gran fosa común? Quién sabe… (Me leen mañana).