Si los árboles del bosque de Huitzilac pudieran hablar, contarían cómo fue asesinado el periodista Roberto Carlos Figueroa. Y por qué. Según lo publicado en medios informativos, el titular del portal electrónico “Acá en el show” fue secuestrado y su familia pagó el rescate, pese a lo cual fue asesinado. ¿Cuál fue entonces el móvil del crimen? ¿Personal? ¿Económico? Su cuerpo fue encontrado en un paraje de Coajomulco con un impacto de bala en la cabeza. También su coche, un Ford Ikon blanco, y en un costado del vehículo el cadáver de otro hombre que de momento no fue identificado. El gobierno lamentó el suceso, pero sin referencia alguna al ambiente de impunidad. Sucedió en el arranque del pasado fin de semana…

Trampa letal, en la carretera federal México-Cuernavaca las bandas criminales que ahí operan son de tercera generación. Impunes los más y apresados los menos roban, los delincuentes matan, vejan, asustan. Cueva de lobos apenas se oculta el sol, no se explica por qué por la carretera sinuosa bordeada por el bosque espeso aún transitan camiones de carga, de pasajeros y vehículos particulares. Por años lo han sabido la gente de Cuernavaca, de Huitzilac y Tres Marías. A los que se aventuran transitar por el camino peligroso su osadía suele costarles la vida.

Los depredadores están agazapados en medio de la oscuridad y la soledad del bosque de pinos. Actúan preferentemente de noche y en la madrugada, se desplazan armados, ponen piedras y troncos en la carretera, emboscan a hombres y mujeres, les roban cuanto de valor llevan y muy seguido los matan.

Los policías brillan por su ausencia, “distraídos” extorsionando a camioneros y conductores de vehículos particulares en el crucero de Tres Marías, regularmente ausentes los gendarmes de la Guardia Nacional y de hecho inexistente la policía municipal. Cuando “los vigilantes del orden” llegan al escenario del crimen es demasiado tarde, los malhechores han desaparecido y, si vivas salieron, las víctimas pasarán por el otro calvario de la declaración ministerial, el reporte de lo robado, la frustración de que no recuperarán lo perdido y el coraje por la impotencia de que los asaltantes no serán encarcelados.

Las historias son recurrentes y abundantes, como éstas:

De terror fue la noche de un domingo para tres mujeres, madre e hijas, atacadas sexualmente por un grupo de hombres encapuchados en las cercanías de la laguna de Zempoala. Una fue heridas a balazos, una más muerta y su novio desaparecido cuando ya iban de regreso a su pueblo del estado de México luego de disfrutar una fiesta familiar en Cuernavaca.

En julio de 2011, fue asesinado por sujetos desalmados el comunicador y catedrático de la Universidad Iberoamérica de la Ciudad de México, José Manuel Vargas Reynoso, y lesionada su acompañante Daniela Huda Tahrumi Navarro.

Una madrugada de enero de 2012, cuatro trabajadores de Nissan Mexicana salieron de Toluca con rumbo a la planta de Civac cuando fueron interceptados por una camioneta cuyos ocupantes los mantuvieron secuestrados durante catorce días.

Provenientes de pueblos mexiquenses que colindan con territorio morelense, las familias de “barbacolleros” son víctimas frecuentes de extorsiones y asaltos. De regreso a sus comunidades, llevan el efectivo de la venta, los salteadores lo saben y los dueños de los puestos de barbacoa pagan la cuota de la impunidad.

Si hablar pudieran los muertos en los bosques de Huitzilac, gritarían que un antídoto para que no sigan matando y asaltando es la prevención del delito, permanente, llueva o truene, de día y de noche, patrullando la carretera ida y vuelta las corporaciones policíacas estatales y federales encargadas de la prevención y haciendo trabajo de inteligencia la Policía de Investigación Criminal de la Fiscalía Estatal hasta lograr abatir a los malhechores. (Me leen mañana).

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