El turismo genera proveedores a hoteles y restaurantes, servicios de transporte a sitios de interés, trabajo a guías de turistas, miríadas de artesanos que venden su producción. Por ejemplo, en la ciudad de Chihuahua aprovechan el potencial histórico de su patrimonio histórico y natural. Además de los recorridos por las suntuosas mansiones de los mineros y terratenientes, hay un viaje a las “Grutas del nombre de Dios”, llamadas así por haber sido el refugio de colonos mexicanos, ingleses y franceses que huían de los apaches, y era resguardo de civiles perseguidos en las sucesivas guerras durante la consolidación de la Nación Mexicana. Ahí se montan pequeñas representaciones de actores que, a lo largo del recorrido por los túneles naturales subterráneos, encarnan a los espectros de una mujer que perdió a sus hijos en la oscuridad de las cavernas. Está un gambusino cuya ambición le hizo perderse para siempre en las profundas cavidades buscando la “veta madre” de oro y la aparición del jefe apache “Cuchillo Lobo”. Todo ello, ante el susto de los visitantes a las oquedades cuyo nombre, según explica el guía, se debe a que los perseguidos por los indios, españoles o ejércitos de cualquier bandera, al llegar al cobijo de las cavernas exclamaban: “En el nombre de Dios. ¡Estamos a salvo!”…
En otras ciudades como Zacatecas, actores narran “in situ” las leyendas de casonas, de tiros y socavones de las minas, y en Guanajuato, la tradición del teatro callejero y entremeses cervantinos, aunque no haya Cervantino de por medio. Esto por citar sólo dos ciudades que tienen como estrategia de atracción turística dar un atractivo extra o el “pilón” a su arquitectura colonial y minera, ofreciendo espectáculos como los citados en una amplia oferta de infraestructura y servicios que hace cómoda, fácil y atractiva la estancia de miles de visitantes. El propósito didáctico, de divulgación histórica, de recreación de la memoria de hechos y personajes se cumple sobradamente. Y todos ganan: los prestadores de servicios, los empresarios de diversos ramos, el gobierno y la población que tiene acceso a empleos directos e indirectos. La del turismo es una industria noble, y no se diga el “turismo de aventura sustentable”, en el que los practicantes de la rapeleada, las tirolesas, el ciclismo de montaña (no el motociclismo, porque es depredador) y actividades de carácter didáctico en materia de cuidado de los recursos naturales y hasta de la salud significan un vasto potencial de posibilidades para una región o estado en materia de aprovechamiento de recursos naturales, históricos y arquitectónicos...
Morelos debería hacer lo mismo con el potencial turístico que tienen nuestros recursos. Sólo dos ejemplos: la Ruta de los Conventos y la Ruta de Zapata. Están los templos agustinos, franciscanos y dominicos, sus capillas abiertas, atrios, claustros, fuentes, murales, bellos, muy bellos. En Tlaltizapán está el Museo-cuartel General del Ejército Libertador del Sur y la Casa Museo del Caudillo; en Anenecuilco las haciendas de Cuauhixtla y Apanquetzalco, etcétera, subsisten como vestigios que en sí ya son un atractivo. Pero no se les ha agregado el “plus” del cual dimos cuenta en el inicio de este espacio. Hay en estos monumentos a la memoria un potencial turístico desperdiciado que ya quisieran para un día de fiesta en otras entidades. Sin embargo, falta la iniciativa de empresarios audaces, y de los “facilitadores” que allanen inversiones para crear infraestructura y servicios alrededor de espectáculos de carácter histórico. Se puede… (Me leen mañana).
