La nota se perdió entre tantos sucesos funestos. Un asesinato más no causó mayor extrañeza. Perdida la capacidad de asombro de la sociedad morelense ante tanta desgracia, la violenta cotidianidad de un asesinato por aquí, otro por allá y otro por acullá poco parece importarle a la gente del pueblo y nada al gobierno. Noche del domingo. La chica de 16 que viaja en la unidad 55 de la Ruta 20 no se imagina la desgracia que le aguarda. Al rato dos sujetos abordan sobre la Avenida del Trabajo de la colonia Río Escondido en Acatlipa. Típico el modus operandi, despojan de objetos de valor a los pasajeros, se hacen con celulares, relojes y dinero, pero en esta ocasión además lesionan gravemente a la muchacha. ¿Era “necesario”? ¿Cómo y con qué? ¿Un balazo, un navajazo? La nota tampoco lo dice. Trasladada al Hospital Comunitario de Temixco e infortunadamente vanos los esfuerzos médicos por salvarle la vida, si cuando llegó al nosocomio ya había expirado o no es un dato que omitió la noticia; sólo consignó que la muchacha dejó de vivir… Asaltos a rutas y muertes a bordo seguirán sucediendo. Mujeres u hombres, muy pocos han tenido la buena suerte de no ser atracados. Aquí lo hemos escrito repetidamente. En las rutas les roban teléfonos celulares y los despojan de efectivo, a los choferes les quitan el dinero de “la cuenta”, los malandros bajan de las unidades y huyen fácilmente, impunes una y otra vez. Actúan en horas del día y la noche, en cualesquier lugares operan en parejas, tríos, cuartetos; son jóvenes, violentos y rápidos; se llevan botines de no muchos pesos (¿los celulares y los relojes van a parar a casas de empeño o a negocios donde compran cosas robadas?), se reparten los billetes que pronto gastarán en drogas y a los dos o tres días asaltarán otra combi o microbús. Son tantos los criminales que muy raras veces resultan atrapados, y más tardan en entrar a la cárcel que en salir para volver a las andadas. Algunos pasajeros se han vuelto precavidos: antes de abordar las unidades se encomiendan a Dios, los varones ocultan billetes y teléfonos móviles en los calcetines, las féminas en los corpiños y se dejan unas cuantas monedas en las carteras y bolsos. Ya se la saben: muchos han sido víctimas de más de un asalto en un estado de indefensión absoluta en el que necesariamente deben transportarse al trabajo, la casa, las escuelas y protegerse como pueden pues la policía no los cuidará. Así que, no obstante recurrente, el comentario procede: al ser este un fenómeno delincuencial producto del desempleo y la descomposición social que afecta a miles de personas de bajos recursos, nada o muy poco realmente efectivo ha logrado o querido hacer la autoridad para combatirlo. Más aún: por otro lado, las rutas jamás han garantizado condiciones óptimas de seguridad y comodidad, sacadas de la calle las carcachas solamente cuando amenazan romperse y dadas las típicas manitas de gato a las que todavía aguantan, pintándolas “para despistar al usuario”. Al final y de cualquier manera, de lo que hablamos es de un viejo problema de seguridad pública, por los asaltos a las rutas, porque el 75% de la población morelense es transportada diariamente en las más o menos 30 mil unidades que se desplazan en el territorio estatal… Y a todo esto la pregunta de los sesenta mil pesos: ¿es imposible frenar, combatir, aminorar los asaltos a rutas? En muchos estados han logrado, si no abatirlos de manera total, sí disminuirlos notablemente. La estrategia es tan simple como efectiva. Vestidos de civil, ocultas sus armas, los policías que viajan en unidades del transporte público se mimetizan entre los pasajeros. Uno va adelante y otro atrás, se mantienen alertas a cualquier persona que les parezca sospechoso; reaccionan con rapidez y cuidado, procurando no poner en peligro al pasaje, sometiendo con pericia al delincuente que intenta o logra sacar la pistola, la navaja, el cuchillo. Pero operativos así no se le han ocurrido o no ha querido hacer en Morelos el comisionado de Seguridad Estatal, José Antonio Ortiz Guarneros. ¿Porque no es policía sino marino y no es igual la mar que la selva de cemento? O las y los  pasajeros de las rutas sólo respirarán tranquilos hasta que de pronto surja por ahí uno de esos “vengadores justicieros” que abaten a asaltantes de autobuses foráneos como ya ha ocurrido en ciudades, pueblos, parajes solitarios y carreteras mexiquenses? Chi lo sá… (Me leen mañana).

 

José Manuel Pérez Durán
jmperezduran@hotmail.com

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