El 12 de octubre, “Día de la Raza”, no es sólo una celebración, también es el recordatorio de la destrucción de recursos naturales de comunidades campesinas (que acometen las minas de oro y plata, entre otros muchos ejemplos); de que en las cárceles hay indígenas por delitos inexistentes o por defender su patrimonio; de que se mantiene la marginación y el hambre en poblaciones indígenas; de que son las poblaciones rurales a las que más laceran fenómenos como la delincuencia y abusos y matanzas (Aguas Blancas, Guerrero, en 1995, Acteal, Chiapas, en 1997, y Tlalnepantla, Morelos, en 2004).

Aguas Blancas. La Masacre de Aguas Blancas fue un crimen de estado cometido por la policía del estado de Guerrero y cuidadosamente planeado por el gobernador Rubén Figueroa Alcocer, en el vado de Aguas Blancas, municipio de Coyuca de Benítez, región de la Costa Grande. En este lugar, el 28 de junio de 1995 agentes del agrupamiento motorizado de la policía guerrerense dispararon en contra de un grupo de miembros de la Organización Campesina de la Sierra del Sur que se dirigían a un mitin político en la población de Atoyac de Álvarez, también en la Costa Grande, lo que resultó en 17 campesinos muertos.

Acteal. La matanza de 45 indígenas en Acteal, ocurrida el 22 de diciembre de 1997, fue consecuencia de la política oficial seguida para castigar y desarticular a los indígenas de San Pedro Chenalhó que adoptaron el camino de la resistencia y la construcción de un gobierno propio. Las víctimas se encontraban en el interior de una iglesia, practicando el ayuno y rezando por la paz en Chiapas. Entre las personas muertas se encontraban 16 niños y adolescentes, 20 mujeres (7 embarazadas) y 9 hombres adultos. La matanza fue ejecutada por paramilitares mientras eran cubiertos y resguardados por policías.

Tlalnepantla. La madrugada del 14 de enero de 2004, la policía antimotines y la judicial del estado de Morelos desalojaron a punta de bala el Ayuntamiento de Tlalnepantla que tres días antes había sido ocupado por el pueblo tras la constitución del Concejo Popular Autónomo. El resultado fue de heridos, desaparecidos y desplazados al monte y a comunidades cercanas. Quedaron para el imaginario colectivo las fotografías del represor jefe de la policía judicial, Agustín Montiel, con su cachucha azul y las letras doradas “FBI”, cuyo significado en inglés (Federal Boreau Inteligence) fue sustituido por “Fuerza Bruta Incontenible”. La policía mantuvo sitiado el poblado y restringió el paso a visitantes que acudían en auxilio de los desplazados. La represión en el estado de Morelos a los movimientos sociales fue el distintivo del gobierno en turno.

En el contexto de la no-celebración del Día la Raza hay que recordar que desde antes de la Conquista española comunidades como Tlalnepantla, asentadas en el actual estado de Morelos, se han autogobernado por el sistema de “usos y costumbres”, de tal manera que el pueblo participa en decisiones políticas y administrativas de la comunidad.

Con los anteriores ejemplos de masacres y abusos contra las comunidades y pueblos originarios, el 12 de octubre no debería ser motivo de celebración, sino de reflexión sobre que el etnocidio y el genocidio que comenzó en 1492 con el “descubrimiento” de América aún no termina.

Hace 31 años se desató la polémica porque las naciones indígenas de todo el continente criticaron que no había nada que celebrar. Al contrario, el quinto centenario fue motivo de lucha y protesta por el sistemático exterminio que la conquista europea emprendió contra los naturales de estas tierras… (Me leen el lunes).

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