Las posadas, una de las celebraciones más emblemáticas de México, no siempre fueron como las conocemos hoy, con tamales, ponche, piñatas de colores, luces navideñas y música variada. Su origen es mucho más profundo, íntimo y cargado de simbolismo religioso. Desde el siglo XIX hasta nuestros días, las posadas han vivido un proceso de transformación que refleja los cambios sociales, económicos y culturales del país. Lo que antes fue un rito estructurado con rezos, velas y cantos solemnes, ahora convive con dinámicas modernas como la convivencia comunitaria, el intercambio de regalos, las cenas familiares y hasta fiestas temáticas. Esta evolución no ha borrado el espíritu original, pero sí lo ha ampliado, convirtiendo a las posadas en una tradición viva que habla de la capacidad mexicana de adaptar lo sagrado y lo festivo a su realidad cotidiana. A mediados del siglo XIX, las posadas eran eventos profundamente religiosos. Su propósito central era representar el peregrinaje de María y José rumbo a Belén, pidiendo posada en distintas casas. Se celebraban del 16 al 24 de diciembre y solían organizarse en barrios, vecindades y templos. Los elementos esenciales eran, letanías y rezos. La gente caminaba en procesión con velas encendidas, entonando cantos solemnes e imágenes religiosas; se cargaban representaciones de los peregrinos, una tradición que se mantenía incluso en comunidades pequeñas con organización comunal, y las familias se turnaban para recibir la posada, ofreciendo pan, café, buñuelos o atole. La posada era, en esencia, un acto de fe y de unión comunitaria. No existía aún la fiesta moderna; predominaba el aspecto ritual, y la participación era vista como una manera de preparar el espíritu para la Navidad. Aunque hoy las piñatas son sinónimo de alegría infantil, en el siglo XIX tenían un significado moral, un simbolismo profundo. La piñata tradicional de siete picos representaba los siete pecados capitales, y el palo para romperla simbolizaba la fuerza de la fe para derrotar al mal. La fruta y los dulces que caían al suelo eran la “recompensa” divina tras vencer las malas tentaciones. Las piñatas se elaboraban con ollas de barro cubiertas de papel de colores, y romper las era un acto comunitario, cargado de simbolismos que poco a poco se mezclaron con la diversión festiva. El siglo XX, especialmente después de la Revolución Mexicana, trajo cambios significativos en las costumbres. La urbanización acelerada hizo que muchas tradiciones se adaptaran a los nuevos espacios: barrios más grandes, vecindades, escuelas y centros comunitarios comenzaron a organizar posadas menos religiosas y más sociales. En esa época aparecieron elementos que hoy consideramos clásicos: las piñatas de colores más llamativos, aguinaldos con cacahuates, galletas y cañas, así como tamales y atole como parte del convivio con música tradicional mexicana. Además, con la llegada del llamado Cine de Oro, y posteriormente de la radio, canciones decembrinas y villancicos modernos comenzaron a influir en el ambiente de las posadas. Aunque los rezos seguían presentes, empezaron a emparejarse con la convivencia nocturna, la cena colectiva y los juegos. Las posadas en la segunda mitad del siglo XX: modernización y apertura. Entre los años 60 y 90, México experimentó transformaciones sociales y económicas que también impactaron en esta tradición. Las posadas comenzaron a celebrarse no sólo en hogares y barrios, sino también en escuelas, oficinas y centros laborales, centros comunitarios y asociaciones civiles. La dimensión religiosa empezó a diluirse en muchos contextos, dando paso a un enfoque más festivo y social. Fue la época en la que se popularizaron las luces navideñas importadas, las piñatas hechas completamente de cartón, el ponche con frutas invernales como tejocote y guayaba, las posadas escolares con pastorelas y los regalos. A nivel urbano, la posada se volvió un evento esperado, tanto por niños como por adultos. Las oficinas implementaron sus propias celebraciones con intercambios de regalos, comidas colectivas y actividades lúdicas. Las familias ampliaron el menú y las dinámicas, demostrando una mezcla entre tradición y modernidad. Siglo XXI: la posada como mezcla cultural. La llegada del siglo XXI trajo consigo globalización, redes sociales y nuevas formas de convivencia. Las posadas se transformaron nuevamente, mezclando elementos tradicionales con tendencias más contemporáneas. Hoy, las posadas pueden incluir cantos tradicionales, especialmente el “Pedir posada”, que sigue siendo infaltable; piñatas temáticas, ya no sólo de siete picos, sino de personajes populares; mesas amplias de comida, donde conviven tamales, pozole, ponche y hasta pastas o platillos internacionales; luz y decoración moderna, con luces LED, inflables y ambientación navideña; intercambio de regalos, como “amigo secreto” o juegos de dinámica rápida; y música variada, que va desde villancicos modernos hasta cumbia, banda, pop o reguetón. Las posadas dejaron de ser sólo una actividad religiosa y se convirtieron en un evento social que puede tener muchas versiones: de barrio, escolar, laboral, familiar, vecinal o incluso comercial. A pesar de todos los cambios, hay elementos que sobreviven desde el siglo XIX, como las procesiones simbólicas con velas o luces, las letanías para pedir posada, la convivencia comunitaria, y la piñata como símbolo de unión y celebración. Incluso en las posadas más modernas, muchas familias mantienen la tradición de rezar, cantar la letanía y recordar el viaje de María y José. Lo que hace a las posadas tan especiales es que no han perdido su esencia, pero tampoco se han quedado estáticas. Son una muestra del ingenio mexicano para conservarlo propio mientras se adapta a los tiempos. En una posada pueden convivir lo religioso y lo laico, lo antiguo y lo moderno, lo solemne y lo festivo, la comunidad y la familia. Esa capacidad de mezclar y reinventar es parte de lo que define la identidad cultural del país. Podemos señalar que la tradición que evoluciona, pero no se extingue. De los rezos iluminados por velas del siglo XIX a las luces LED y las piñatas temáticas del siglo XXI, las posadas han recorrido un largo camino. Cambiaron, crecieron, se hicieron más diversas y festivas, pero nunca dejaron de ser un espacio de encuentro. Hoy, más que nunca, las posadas representan el deseo colectivo de convivencia, de hospitalidad y de unión. Son un recordatorio vivo de que la tradición no se pierde, sólo se transforma. ¿No cree usted?

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