En una jugada que parece sacada de una caricatura política, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha decidido ampliar su guerra comercial de una forma poco convencional: imponer aranceles del 10 % a un archipiélago remoto, inhabitado por humanos y habitado únicamente por pingüinos y focas.
Sí, leíste bien. Las islas Heard y McDonald, ese pedacito de paraíso aislado en el océano Índico, reconocido como Patrimonio Natural de la Humanidad, se han ganado un lugar en la lista negra arancelaria de la Casa Blanca. Mientras los científicos visitan el lugar para estudiar la fauna, en el mundo de la política internacional, se están discutiendo ahora aranceles sobre importaciones... que ni existen en ese territorio.
El Gobierno australiano ha recordado a los curiosos que este archipiélago es una de las áreas menos perturbadas por la actividad humana, lo que pone en evidencia la surrealista naturaleza de la medida. Trump, en su afán por demostrar que nadie está exento de sus políticas comerciales, incluyó también a otros territorios peculiares en su tabla de aranceles globales, como Tokelau (con apenas 1.600 habitantes) y las islas Cocos (hogar de unos 600 residentes).
Esta decisión, anunciada el 2 de abril, llega en un momento en el que la estrategia arancelaria de Trump se ha intensificado, especialmente contra países como China y miembros de la Unión Europea, a quienes acusa de proteger sus mercados con barreras comerciales. Pero, ¿quién hubiera pensado que los objetivos de esta política llegarían hasta los bajos fondos del planeta... o mejor dicho, hasta donde habitan los pingüinos y las focas?
Un archipiélago sin actividad económica ni presencia humana, ahora parte de una lista de países “sancionados”, mientras el presidente de la potencia mundial se erige en el vigilante de un mercado global. Si bien algunos podrían preguntarse cuál es el sentido de arancelar a un lugar que nadie comercializa, la medida refuerza el estilo inconfundible de Trump: hacer lo inesperado, a veces más por llamar la atención que por una estrategia coherente.
En resumen, en este escenario donde la política se cruza con lo absurdo, nos queda la pregunta: ¿Qué sigue? ¿Aranceles a la Antártida o a la Luna? Mientras tanto, en el archipiélago de Heard y McDonald, los únicos que parecen verse afectados son los pingüinos y las focas, que seguramente seguirán desfilando su natural encanto sin preocuparse por las cifras arancelarias.
La Fuerza comercial de Trump sigue sorprendiendo, y nosotros solo podemos observar, con una mezcla de asombro y humor, cómo la política se vuelve cada vez más... inesperada.
