En 1981 se estrenó Roar, una película que buscaba concienciar sobre la convivencia entre humanos y animales salvajes. Sin embargo, lo que debía ser un proyecto ecológico terminó convirtiéndose en una pesadilla cinematográfica. Dirigida por Noel Marshall y protagonizada por Tippi Hedren, Melanie Griffith y el propio Marshall, la cinta pasó a la historia no por su trama, sino por el caos que desató durante su rodaje.
Una idea que rugió demasiado fuerte
La historia nació del deseo de Marshall y Hedren —entonces pareja— de filmar una historia realista sobre la armonía entre personas y felinos salvajes. Para lograrlo, adquirieron más de 150 animales (entre leones, tigres y leopardos) y los criaron en su propio rancho en California. Su intención era mostrar la belleza de los animales sin recurrir a efectos ni entrenadores profesionales.
Lo que comenzó como una producción modesta se transformó en un rodaje de más de cinco años y un gasto que superó los 17 millones de dólares, frente a los tres millones presupuestados originalmente. Los problemas no tardaron en aparecer.
Heridos, caos y accidentes reales
Durante el rodaje, más de 70 personas resultaron heridas. Los ataques de los felinos eran reales, ya que ninguno había sido domesticado.
El director de fotografía Jan de Bont recibió más de 120 puntadas después de que un león le desgarrara el cuero cabelludo. Tippi Hedren fue derribada por un elefante y mordida varias veces, mientras que su hija Melanie Griffith sufrió graves heridas en el rostro que requirieron cirugía reconstructiva.
A eso se sumaron inundaciones, incendios, quiebras financieras y enfermedades entre los animales, lo que alimentó la leyenda de “la maldición de Roar”.
Un fracaso que se volvió de culto
A pesar de que la película prometía una experiencia única, el resultado fue desastroso: la cinta recaudó apenas 2 millones de dólares en taquilla y fue duramente criticada por el público y la prensa. Sin embargo, con el paso del tiempo, Roar se convirtió en una obra de culto.
Hoy es recordada como el rodaje más peligroso en la historia del cine, una muestra de cómo la pasión y la imprudencia pueden cruzar los límites del arte. En palabras de Hedren:
> “Ningún animal fue herido durante la filmación… pero casi todos los humanos sí.”
El legado salvaje
Décadas después, Roar sigue siendo objeto de documentales, estudios y artículos que la describen como un testimonio de locura creativa. Lo que pretendía ser un mensaje ecológico terminó revelando lo que ocurre cuando la ambición artística se enfrenta sin preparación a la naturaleza salvaje.
