Mi mujer y yo les prometimos a nuestros hijos que, cuando terminaran la preparatoria y antes de entrar a la universidad, si así lo deseaban, les regalaríamos un “año selvático”, para que se fueran a donde ellos lo desearan, que vieran el mundo, que conocieran otras formas de vivir, aprendieran otro idioma y que disfrutaran su juventud. 

Obviamente, no les tuvimos que decir dos veces. La mayor se fue a Florencia (Italia), mientras que la mediana y el pequeño, eligieron irse a Alemania, una a Colonia y el otro a Berlín, en donde actualmente estudia arquitectura y en estas fechas navideñas lo extrañamos a rabia.

Para esto, en cada una de estas ocasiones, organizamos una cena de despedida, en la cual les propuse que nos pusiéramos, los cinco, una pulsera idéntica, con la promesa de no quitárnosla, hasta que volviéramos a estar todos juntos, otra vez reunidos. Y así fue. 

Las botellas de Brandy Terry vienen “envueltas” en una red de color amarillo, de modo que tenía que comprar cinco pomos para recolectarlas y bueno, ya estando ahí en la alacena, poco a poco, aunque soy fan del Bacardí, les tuve que ir haciendo los honores. La cosa era quitarles las redes a las botellas y con ellas, confeccionar las pulseras, son resistentes y se ven “hipilonas”. 

Un día que se organizó una “volleiboliza” familiar en el jardín de la casa de mi suegra, mi concuña Lucía se percató de que todos, excepto el ausente viajero, lucíamos la misma pulsera; así, me cuestionó al respecto y no tuve más remedio que confesarle la historia que hoy comparto con ustedes. 

El viajero era el encargado de atarnos a cada uno de nosotros la pulsera. Cuando tocaba mi turno, le pedía al que iba a estar ausente físicamente; pero presente el tiempo entero en nuestros corazones, que le hiciera el primer nudo, para después solicitarle a los demás que también anudaran, cada uno de ellos la pulsera, para completar cuatro nudos, solidarios en todos los sentidos. 

Era un simbolismo familiar en la cena de despedida. Aunque no somos supersticiosos, porque da mala suerte, también lo considerábamos un amuleto. Un talismán portador de energía positiva, que actuaría como muestra de apoyo incondicional y como un paliativo para mitigar la nostalgia. Algo tangible, que siempre estuviera con nosotros, que nos recordara a cada instante el amor que mutuamente nos profesamos… nuestra pulsera… la pulsera Brizio/Arellano…

Les deseo estimados lectores que el año que inicia todos logremos atarnos en el corazón una pulsera que nos recuerde constantemente a los seres amados, a los que aun tenemos la dicha de tener entre nosotros y a los que se nos adelantaron… la pulsera mágica.

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