Esta semana te proponemos dos de los libros más relevantes de la literatura mexicana, que dejaron huella en América Latina.
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.
Es así, como da inicio la novela más emblemática de la cultura latinoamericana. Escrita por Gabriel García Márquez, narra la historia de siete generaciones de la familia Buendía, familia condenada a la soledad, que a la vez es un guiño a la infancia de García Márquez. Cada uno de los hechos narrados en la novela se relaciona con una lectura sobre el tiempo histórico de Colombia el escritor dialoga con la historia e identidad de su ciudad natal que de algún modo, es una imagen donde también se reconoce América Latina.
Cien años de soledad se ha convertido en una de las obras más traducidas y leídas en español. Fue incluida en la lista de los 100 libros del siglo XX del diario francés Le Monde y en los 100 mejores libros de todos los tiempos del Club de libros de Noruega.
“Todos condenados a ‘Cien Años de Soledad’ a sentirse solos, aislados, de ya no tener cura y llegar al punto de volverse locos, era una condena de la que no se podían salvar”.
“¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad. -No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti”. ¡Diles que no me maten!, es una de las historias que aparece en el libro El Llano en llamas del escritor mexicano Juan Rulfo, reconocida como una obra maestra. La historia centrada en la vida de México rural a finales de la Revolución Mexicana, el escritor retoma lo que se produce en el habla cotidiana del campo de Jalisco. Rulfo traza en sus páginas la conducta de las personas y los paisajes del Sur de Jalisco. Creando un retrato, visto desde la mirada del escritor regalando a los lectores una imagen de cómo se veía la lluvia a que sabe el silencio o la tristeza.
El cuento inicia con Juvencio Nava hablando a su hijo Justino. Juvencio le ruega a su hijo que le pida al sargento que lo tiene atado a un poste que lo perdone, que le diga a su captor que atarlo y asustarlo ha sido suficiente castigo. “Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios. —No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras”.
