Desde aquel 15 de marzo de 1836, cuando se firmó el Tratado de Velasco, el estado de Texas parece haber sellado una enemistad eterna con la nación de la que un día fue parte.

Dando un poco de contexto, el citado tratado reconocía la independencia de esta localidad. México ya la había negado previamente, pero la captura del general Antonio López de Santa Anna obligó a separar este territorio del país.

Fue hasta 1845 cuando Texas se anexó oficialmente a Estados Unidos y se perdió toda la esperanza de que volviera a ser parte de México. Desde entonces, siempre ha existido una animadversión velada entre este estado y nuestro país, a pesar de los esfuerzos diplomáticos y del propio gobierno estadounidense de suavizar las relaciones.

El tema viene al caso porque en los últimos días, Texas reforzó el alambrado de púas en la zona fronteriza de Ciudad Juárez y El Paso para impedir que los migrantes irregulares pasen.

El viernes de la semana pasada, más elementos de la Guardia Nacional de EU aumentaron a tres niveles estas barricadas, dejándolas de más dos metros de altura.

Este tipo de medidas ya habían sido duramente criticadas porque, más que el simple hecho de su función, representan una barrera psicológica y recuerdan más a una zona de guerra que a la frontera natural entre dos países.

Al interior de la política estadounidense, el aumento brutal de este tipo de seguridad es visto como un reto del gobernador de Texas, Greg Abbott, hacia el Presidente Joe Biden.

Hacia México, representa una cachetada a los intentos de crear lazos y buscar alternativas humanitarias al tema de la migración.

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