México alberga algunas de las montañas más imponentes de América, cuya altura, biodiversidad y valor cultural las convierten en referentes del país. Entre ellas destacan el Pico de Orizaba, el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl, el Nevado de Toluca y La Malinche, todas con relevancia tanto geográfica como simbólica.
El Pico de Orizaba, también conocido como Citlaltépetl, es la cima más alta de México con 5,636 metros sobre el nivel del mar. Este volcán, ubicado entre Puebla y Veracruz, es además la tercera montaña más alta de América del Norte y uno de los principales destinos para el alpinismo en el país.
En segundo lugar se encuentra el Popocatépetl, con 5,426 metros, cuya actividad volcánica constante lo mantiene bajo estricta vigilancia. A lo largo de la historia, este volcán ha sido parte de la cosmovisión prehispánica y hoy sigue siendo uno de los símbolos naturales más reconocidos de México.
Muy cerca, con 5,230 metros, se alza el Iztaccíhuatl, conocido como “La Mujer Dormida” por la silueta que se asemeja a una figura recostada. Este volcán inactivo es un atractivo para excursionistas y cuenta con ecosistemas únicos en sus faldas.
Otro punto destacado es el Nevado de Toluca, con 4,680 metros, famoso por sus lagunas del Sol y de la Luna en el cráter, un sitio que mezcla turismo, leyendas y estudios científicos. Finalmente, La Malinche (4,420 metros) ofrece rutas accesibles para el senderismo y ha ganado popularidad entre quienes buscan iniciarse en el montañismo.
Además de su valor natural, estas montañas desempeñan un papel crucial en la regulación del clima, la captación de agua y la preservación de especies endémicas. Expertos señalan que el cambio climático y la presión humana representan desafíos para su conservación.
Con sus paisajes majestuosos y su carga histórica, las montañas mexicanas se mantienen como referentes de identidad y espacios de encuentro entre naturaleza y cultura.
