Durante una década completa, en lo profundo del Parque Nacional Kibale, Uganda, una comunidad de chimpancés libró una guerra implacable por la supervivencia. El conflicto, documentado durante más de 25 años por primatólogos, revela uno de los episodios más violentos jamás registrados en primates no humanos: la completa eliminación de un grupo rival para expandir territorio y garantizar la supervivencia de sus crías.

 

Hoy, los científicos concluyen que esta guerra no fue un acto desmedido, sino una estrategia evolutiva calculada.

 

Una década de conflicto: del acecho a la eliminación total

 

Entre 1998 y 2008, los chimpancés de Ngogo patrullaron, emboscaron y finalmente exterminaron a una comunidad vecina. Sus tácticas incluían incursiones silenciosas, ataques sorpresa y agresiones letales grupales.

 

Este comportamiento —que por momentos puede recordar a estrategias humanas de combate— permitió que Ngogo expandiera su territorio en un 22%.

 

Pero lo verdaderamente sorprendente vino después.

 

Más espacio, más hijos: el lado evolutivo de la violencia

 

Tras la victoria territorial, los investigadores observaron un cambio radical en la dinámica reproductiva del grupo:

 

Antes de la guerra (3 años previos):nacieron 15 crías.

Después de la guerra (3 años posteriores): nacieron 37 crías.

Mortalidad infantil: bajó de 41% a solo 8%.

 

Es decir, las hembras no solo tuvieron el doble de hijos, sino que estos sobrevivieron en proporciones nunca vistas.

 

Los científicos concluyen que la expansión territorial ofreció más alimento, más refugio y menos amenazas, lo que activó un aumento natural de la fertilidad.

 

La guerra, desde esta perspectiva, funcionó como **una estrategia para garantizar la supervivencia genética del grupo.

 

 

 

 

Los estudios sostienen que esta agresión intergrupal está profundamente ligada a la evolución:

 

Los machos cooperan para eliminar amenazas externas.

Evalúan cuidadosamente la ventaja numérica antes de atacar.

Las emboscadas no son impulsivas: son tácticas coordinadas.

 

Estas guerras, aunque impactantes, parecen ser parte de un mecanismo evolutivo que favorece a los grupos que controlan más recursos.

 

Los investigadores afirman que la violencia organizada tiene raíces profundas en la biología primate, y algunos sugieren que podría haber sido un precursor del comportamiento humano en sociedades antiguas.

 

 

¿Somos violentos por cultura o por herencia evolutiva?

 

Los chimpancés —nuestros parientes más cercanos— muestran que la agresión puede surgir como una herramienta adaptativa, una forma de garantizar que los hijos del grupo tengan mejores oportunidades de sobrevivir.

 

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