Este lunes 2 de marzo Don Sergio Estrada, ciertamente pasó a mejor vida. Arribó al mundo cuando su padre Vicente Estrada era regente del Distrito Federal en un inter de cuando fue gobernador de Morelos de 1930 al 34. Sergio, fue Presidente Municipal de Cuernavaca y un gran coleccionista de máquinas antiguas de todo tipo principalmente de automóviles. Sergio y su también estimada hermana Adriana, dejan mucha historia en Cuernavaca.

Cuando Sergio era presidente del grupo de Cronistas de Cuernavaca fui invitado a participar, ahí, lo traté por años, muchos anécdotas nos contaba, nos llevó a incursionar en el túnel de la época colonial que cruza de calle Netzahualcóyotl a calle Galeana bajo las casas; a conocer las abandonadas pinturas rupestres rio arriba en la rivera izquierda de la Barranca del Chiflón al norte del Puente de la Muerte, a conocer el prehispánico callejón de Tecoac en pleno centro de Cuernavaca con acceso hoy restringido por calle Gutenberg.  

A su iniciativa, en 2009 fundamos el Consejo de Cronistas de Cuernavaca ya como Asociación Civil, siendo Sergio el primer presidente; Valentín López secretario, y yo tesorero, junto con los experimentados Alfonso Toussaint, Jesús Pérez Uruñuela+, Manuel Dehesa, Roberto Calleja+, Benito García Barba+. Francisco Ayala, Benigno García, Miguel Palma+, Arturo Garduño, Miguel Ángel Betanzos, Juan José Landa, Adriana Estrada Cajigal+, Heberto González, cada uno con una especialidad en temas de historia y crónica. Después, este destacado grupo me honraría como su presidente en 2016.  
Años antes, Sergio había sido nombrado por el Ayuntamiento de Cuernavaca Cronista Oficial de la Ciudad, lo sucedió mi compadre Víctor Cinta quien, al cumplirse su ciclo, me fue conferido ese honroso nombramiento municipal.

Entre las anécdotas que nos narraba Don Sergio, me llamó la atención una experiencia personal y excepcional. Aquí la reproduzco.
“En la madrugada del 31 de diciembre de 1960, fecha que recuerdo bien, pues habíamos ido varios amigos radioaficionados a la Ciudad de México desde la tarde anterior para acompañar a un compañero en los funerales de su padre; los que vivíamos en Cuernavaca regresamos esa madrugada como entre las dos y tres de la mañana, viajando en un Chevrolet 1957, perteneciente a Benjamín  Ruiz quien quiso quedarse al sepelio y que accedió a facilitarnos  su carro. Me puse al volante, junto a mí se sentó el Ing. Emilio Muris Lavín, amigo desde la infancia, en el asiento trasero se acomodó Gustavo García, en ese entonces jefe de los talleras de la agencia Ford de Cuernavaca.
Ya en la autopista, al pasar por Topilejo, me llamó la atención una luz intermitente roja que se veía a lo lejos hacia la izquierda sobre la montaña, le comenté a Emilio mira “mira un avión”, el observó la luz y no hizo ningún comentario, pues veníamos conversando sobre otros temas.

Algunos kilómetros adelante  volví a observar la misma luz roja, ahora al frente, le volví a decir  a Emilio; “oye, eso no es un avion, pues no se ha movido del mismo lugar”. A el también le pareció raro, hicimos la conjetura sobre si sería una luz de señalización de alguna torre, aunque esto lo descartamos  al observar que la altura aparente era muy grandey ahí nunca habíamos visto nada parecido. Unos minutos después pasamos por Parres, donde se encuentra una subestación eléctrica y decidimos detenernos a investigar; en ese instante la misteriosa luz, que aumentaba y disminuía su intensidad, comenzó a moverse. Asombrados despertamos a Gustavo que dormitaba en el asiento trasero, para correr a colocarnos en la orilla de la carretera; caso boquiabiertos observamos fijamente la intensa luz roja que parecía apagarse y encenderse como braza encendida o como un cigarro que se fuma con fruición.

 La luz se movía lentamente hacia nosotros, hasta quedar  exactamente arriba de nuestras cabezas. La noche era obscura y la altura era difícil  de precisar, pero este objeto  se veía redondo y parecía que algo giraba en su interior ocultando intermitentemente la fuente de esa luz roja. La carretera a esa hora estaba completamente sola. No oíamos ningún sonido o ruido que emitera ese objeto desconocido. Estábamos petrificados y sin poder hablar. Los tres esperamos un rayo mortal  o algo parecido, pero nada sicedió, tras unos instantes eternos, lentamente, como había llegado, se fue retirando hacia la Ciudad de México hasta confundirse con las luces de la ciudad.
Buscamos un retorno próximo y tratamos de seguir la luz por varios kilómetros, pero se perdió de vista, por lo que tuvimos que regresar. Durante todo el camino comentamos lo sucedido sin encontrarle ninguna explicación satisfactoria; habíamos sido testigos de un encuentro con un Ovni. Los tres amigos. Que aun vivimos –en 1999- nunca lo hemos podido olvidar”.

Sergio Estrada me detalló esa experiencia después de haber leído su libro “La Cuernavaca del ayer” con 63 crónicas, historias y biografías, y que esa noticia se publicó en diarios capitalinos. Sergio siempre activo colaborador, que ahora descansa en paz.
P. D. Hasta el otro sábado   

 

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