El estado de Morelos está en los primeros lugares de violencia, y probablemente sea el primero; eso de que estamos en el lugar 18 o 20 a nivel nacional está falseado. No se apega a la realidad que un estado, mucho más pequeño, con mucho menos población como el nuestro, se compare con otros que le quintuplican para aparentar menos incidencia; las encuestas sobre el tema de delitos, deberían elaborarse en relación al número de habitantes para ubicar al estado en la tabla delincuencial.
Recién platicaba que más me gustaba mi ciudad cuando no había tanto balazo, da apena lo que le pasa. Hoy, coexiste la extorsión con el secuestro ya no a un desconocido, sino del vecino, el amigo, y no se delata por miedo, y también por desconfianza a las autoridades. Me gustaba más mi ciudad cuando había paz, pero no de balas, me gustaba más cuando los niños y las mujeres podían salir de compras, caminando solos y solas, la vida social estaba en el Centro Histórico donde todos saludaban y todo era tranquilidad.
Cierto que había robos y delitos, pero menores, sin violencia, eran cacos o rateros menores de cosas en casas, que con maña y cautela entraban a las propiedades, y cuando eran sorprendidos simplemente huían, aunque con muy contadas excepciones, no eran ladrones violentos como hoy que entran hasta en comandos rompiendo puertas, y ejecutando a sus víctimas.
A partir de este siglo fue cuando aquí ya se puso feo, fue cuando pasamos de la delincuencia común con delitos menores, a la delincuencia organizada y protegida con delitos mayores, fue cuando empezaron los acuerdos de protección a los capos y sus bandas.
En la época colonial, a este territorio morelense, s se le conoció como el Paraíso de América, y después famosa a Cuernavaca “Donde la primavera es eterna”, donde todo era paz y tranquilidad.
Ciudad deseada por propios, y extraños que llegaban y ya no se iban, solo que, buscando esa paz llegaron a vivir los capos, y empezó la zozobra, desde entonces se anda con el Jesús en la boca, se retomó la costumbre de dar la bendición al familiar que sale de casa con temor a que ya no regrese. Los enterados afirman que no hay crimen organizado sin complicidad oficial descarada.
En este terrible episodio que vive la historia de nuestro estado, no se están enfrentando los buenos contra los malos como en las series televisivas de antaño al modo de Los Intocables de Eliot Ness, son los grupos delictivos antagónicos los que se están dando duro, sin medida, más los policías que están del lado de uno de ellos, o por no pagar piso.
Por su ubicación geográfica Morelos, ha sido y es el paso del traslado clandestino de las drogas que vienen del vecino Estado de Guerrero donde se cultivan y producen, y desde Sudamérica vía aérea con escalas en aeropuertos supuestamente clandestinos. Y cuando se fragmenta una banda o se corre a policías deshonestos, cuando ya no se pueden sostener, pues se dedican al delito.
En el pasado los acontecimientos delictivos en Morelos eran nota roja solo de periódicos locales, delitos que no se podían considerar de gran impacto; a lo mucho, eran ejemplos de conductas antisociales, delitos menores o esporádicos, cometidos por quienes habían llegado huyendo de la justicia y de las venganzas de los estados vecinos; y los de allá dicen que son los de acá los que llegan a su territorio a esconderse de represalias.
El caso es que pasamos de la nota local, a la nota roja internacional, a zona de alerta para turistas y locales, y las noticias falsas nos dicen que la delincuencia va a la baja. Antes, a lo mucho borrachos o pleitos de cantinas, faltas a la moral, sexo en autos o en parques y rincones de vías públicas, e iban a parar a la comandancia y con una ligera multa o con influencias los infractores salían de inmediato, y hasta los policías eran tan buenas personas, tanto, que ni parecían policías, en las navidades los agentes de tránsito recibían regalos de la población y de casas comerciales que rodeaban su cajón de madera donde subidos dirigían cumplidamente el escaso tránsito peatonal y vehicular, eran queridos, ahora son temidos, porque sus jefes les exigen cuotas diarias.
Cuando ocurrían homicidios allá cada década, la gente pensó que se llegaba a la perdición, y ya no dejaban la puerta abierta tan fácilmente como se acostumbraba porque temían que el asesino se les apareciera; por fortuna todo se apaciguaba cuando anunciaban que el culpable ya estaba tras las rejas, pero como Cuernavaca era pueblo chico, se empezaba a comentar que no era el verdadero matón, que al que habían agarrado era un chivo expiatorio o por su parecido con el retrato hablado y que no era justo, y empezaba la polémica en los cafés y en la calle por semanas y hasta meses. Esa era nuestra provincia, ahora la mayoría de los delitos pasan inadvertidos por la población.
Toda esta violencia, indica que se puede tratar de rencillas políticas, por lo que la paz y la tranquilidad se alcanzaría con acuerdos.
P.D. Hasta el otro sábado
Por: Carlos Lavín Figueroa / carlos_lavin_mx@yahoo.com.mx
