Aespaldas del Jardín Borda, mirando hacia el oeste, se puede apreciar la colonia San Antón, que fue una de las poblaciones que conformaron el señorío de Cuauhnáhuac y que, como los otros pueblos, ha sido devorado por el crecimiento urbano de la ciudad. Los pobladores de San Antón se dedicaban primordialmente a la agricultura y en forma complementaria a la alfarería, produciendo piezas de una gran belleza estética.
El nombre original de San Antón era Analco, de atl, agua y Nalli, al otro lado de, y con terminación co, que denota lugar, es decir, el lugar que está al otro lado del río. Y precisamente, este pueblo se encuentra separado de la ciudad por una cañada de vegetación exuberante por donde pasa un río, conocida como barranca de Analco o de Los Caldos.
Con la llegada de los españoles, los misioneros rebautizaron el pueblo como San Antonio, ya que establecieron como patrón del pueblo a San Antonio de Padua, cuya fiesta se celebra el día 13 de junio. Los pobladores con el tiempo utilizaron el apócope de “San Antón” para referirse a su pueblo.
En el siglo XVIII el presbítero y hombre de ciencia José Antonio de Alzate (1737-1799), realizó algunas exploraciones en diferentes zonas arqueológicas, entre ellas Xochicalco; al pasar por San Antón escribió: “Son alfareros transeúntes que, cogiendo el barro, sin torno ni hornos, fabrican vasijas”
El político y escritor Don Guillermo Prieto (1818-1897) en 1845 realizó un viaje a Cuernavaca; al visitar San Antón relató...”Este lugar es amenísimo; cada pequeño jacal tiene un terreno cultivado con esmero, y el conjunto es bosquecillo risueño de árboles frutales y de flores. Los habitantes de esta aldehuela son alfareros, y sería de desear que algún amante de Cuernavaca les indicase el modo práctico de mejorar sus hornos…”
Estos viajeros observaron que, los alfareros de San Antón en nada habían variado sus procedimientos de la de sus antepasados tlahuicas. El barro era extraído de un yacimiento denominado “El Salto”, que se encontraba a corta distancia (actualmente el lugar es conocido como “sacatierra”). La materia prima era molida con grandes piedras circulares o azotada con un palo hasta dejar un polvo fino, este procedimiento es conocido como “pisón”. El polvo era mezclado con agua y un lodo grisáceo, llamado “barrial”. La mezcla se amasaba y con sus propias manos daban forma a vasijas, botellones, masetas, floreros, jarrones, cántaros, centros de mesa y hasta juegos de té, que por ser de un barro muy poroso sólo servían para decoración.
Una característica particular de esta artesanía es que las piezas eran ornamentadas con pequeños fragmentos de loza, incrustados hábilmente en el barro, dando diferentes formas de flores o leyendas como: “Recuerdo de Cuernavaca”. Asimismo, se agregaban elementos decorativos mediante sellos, que aplicaban sobre la arcilla húmeda, con lo que daban forma a caritas, animales y jeroglíficos prehispánicos.
La forma en que horneaban sus piezas era utilizando una fogata rodeada de piedras a la que agregaban leña y estiércol, esta era cubierta con arena, dejando una chimenea de tejas. Sobre esta pira colocaban entre 12 y 15 piezas que cubrían con arena apisonada, quedando la forma de un cono. Este horno mejoró con el tiempo, pero siguieron utilizando leña.
Periódicamente estos alfareros acudían al mercado de Cuernavaca para vender sus productos. La inglesa Rosa King, autora del libro “Tempestad sobre México”, en 1905 estableció una casa de té a la que acudían norteamericanos e ingleses que llegaban a Cuernavaca, ahí vendía artesanías de San Antón. Posteriormente, estableció en el pueblo un taller de alfarería para producir las piezas que le demandaban sus clientes.
Desgraciadamente esta actividad fue desapareciendo poco a poco de San Antón, debido a la competencia de productos traídos de otros lugares como Amayuca, Tlayacapan y Metepec, que actualmente son comercializados junto con una gran variedad de flores y plantas. En el año 2009, solamente quedaban dos familias de San Antón que seguían produciendo una pequeña cantidad de productos, la señora Carmen Polanco Sánchez de 82 años de edad, nativa del lugar y la de la señora Faustina Vela Ortega. Desgraciadamente esa actividad desapareció totalmente en San Antón.