En las charlas de sobremesa familiares, a veces mi padre hacía referencia a que sus antepasados, en su línea materna, habían sido esclavos negros traídos a Cuernavaca a finales del siglo XVI, y que se habían dedicado a la carpintería. También decía que su misma madre tenía rasgos negroides, como son los labios gruesos y su color de piel morena. Su apellido era “Rayado”, muy característico de esta raza en México, como otros apellidos como: Cadena, Marcado, Moreno, Prieto, Crespo o Pardo.
Claro está, que mis antepasados también se fueron mezclando con nativos de Mesoamérica, así como con españoles y con gente de otros orígenes, como portugueses, franceses e irlandeses. Pero sin lugar a dudas tengo esa parte que me hace afrodescendiente, aunque no tenga rasgos de este grupo humano.
Durante la conquista de México, entre 1519 y 1521, venían algunos esclavos negros entre las tropas españolas. Uno de los primeros negros que llegó a América fue Juan Garrido, quien llegó a América en 1502 y acompañó a Cortés en la conquista de Tenochtitlán. Se dice que él presenció la derrota de la Noche Triste y que fue él quien mandó construir la capilla de San Hipólito, en la Ciudad de México, como homenaje a los caídos en esa trágica noche. Estos esclavos venían como sirvientes de los conquistadores, incluso algunos obtuvieron su libertad, por salvarle la vida a su amo y pudieron participar del repartimiento de tierras y encomiendas, ya que se convirtieron en “negros conquistadores”, como fue el caso de Juan Garrido.
Después de la conquista llegaron a la Nueva España una gran cantidad de esclavos traídos a la fuerza desde África, para que trabajaran en las en minas y haciendas azucareras, debido a la gran resistencia que tenían estos hombres en esas labores. Caso contrario de los nativos de México, quienes no aguantaban esas pesadas labores que se realizaban en condiciones infrahumanas y que eran muy propensos a enfermarse, principalmente durante las terribles epidemias que ocurrieron durante el virreinato.
A partir de 1526 se incrementó el tráfico de esclavos hacia la Nueva España, siendo muy apoyado por los frailes Jerónimos e inclusive se dio el contrabando ilegal, en el cual se tenían que adquirir a un precio mucho más alto.
Algunos esclavos negros llegaron a Cuernavaca debido a un pedido que realizó Hernán Cortés en mayo de 1542 a un genovés llamado Leonardo Lomelín, originario de Valladolid, quien le vendió 500 esclavos que provenían de Cabo Verde. De estos esclavos aproximadamente 330 eran machos y 170 hembras (así se describen) de entre 15 y 26 años de edad. Se sabe de esta transacción gracias a los documentos que se han conservado el Archivo General del Hospital de Jesús.
A la muerte de Hernán Cortés, en 1547, se presentó en Cuernavaca un escribano real, para realizar un inventario de las propiedades que había dejado el conquistador, a fin de dar cumplimiento a su testamento. En dicho inventario se registró que en el Palacio de Cortés había 17 esclavos, 2 de los cuales eran hombres, 6 eran mujeres y 9 niños de entre 1 y 10 años de edad. En su ingenio de Tlaltenango había 82 esclavos, 43 eran hombres, 22 mujeres y 15 niños. Más al norte, en el ingenio de Axomulco se encontraron 23 esclavos negros, 18 hombres y solamente 2 mujeres con 3 niños. Muchos de los esclavos ocupaban cargos importantes en los ingenios como: operarios, herreros y carpinteros, entre otros oficios.
Asimismo, se registró en el inventario el origen de estos esclavos, siendo principalmente de: Mozambique, de Bran (africanos occidentales que hoy se llama Manjaku o Manjaco de Guinea -Bissau), de Mandinga, mandinka o malinke (Al sur de Mali), de Geloofe (Sud África), de Biafra, así como de otras regiones de ese continente. Cabe señalar que en dicho inventario también aparecen los esclavos indígenas pero registrados por separado.
Al incrementarse el número de ingenios azucareros en esta región llegaron más esclavos a las haciendas ubicadas en Yautepec y Cuautla de Amilpas. Es innegable que estos esclavos eran severamente castigados si no cumplían con lo que les ordenaban sus capataces. Por lo que eran severamente castigados, encadenados y azotados. Se sabe que hubo fugas y que huyeron a las montañas o a las costas. Algunos formaron bandas de fugitivos que asaltaban los cargamentos de mercancías que transitaban por el Camino Real
Entre mediados y finales del siglo XVII existían en la Nueva España cerca de 250,000 esclavos negros.
En 1790, el dueño de la hacienda de San Gabriel y de Temixco, llamado Gabriel del Yermo tuvo un hijo con su esposa, y para festejar dicho acontecimiento le otorgó la libertad a 700 esclavos de su propiedad. Un año después adquirió la hacienda de Jalmolonga, en el Estado de México y otra vez liberó a 200 esclavos de esa hacienda. Al llegar el movimiento de Independencia todos ellos lucharon del bando realista y fueron conocidos como “Los Negros de del Yermo”.
La abolición de la esclavitud en nuestro país fue proclamada por José María Morelos y Pavón el 5 de octubre de 1813 en Chilpancingo, Guerrero, pero fue hasta el 15 de septiembre de 1829 que el presidente Vicente Guerrero expidió el decreto que abolió definitivamente la esclavitud. Pero los negros no desparecieron, se continuaron mezclando con otros grupos.
Finalmente, un reciente estudio de ADN comprobó lo que nos había venido diciendo mi padre, existe sangre africana corriendo por mis venas. Según este estudio mis orígenes también están en la costa oeste de África, en Camerún, en Nigeria, en el Congo, en Angola y en parte de Namibia. Pero también tengo mi parte española, francesa, portuguesa, irlandesa y de indígena americano. Por lo anterior, estoy convencido que actualmente no existen razas puras en el mundo y en México todos somos mestizos.
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