La película “Cuando el destino nos alcance” pegó fuerte en México, abarrotó los cines. Cuernavaca no fue la excepción, larga la “cola” de cinéfilos domingueros en lo que años antes había sido el teatro Morelos. Fue estrenada en 1973, actuados los papeles principales por Charlton Heston, Edward G. Robinson y Leigh Taylor-Young. Vaticinaba un mundo apocalíptico para el año 2020 –o sea, hoy dentro de sólo uno – que pintaba el efecto invernadero por la contaminación atmosférica en la ciudad de Nueva York habitada por 40 millones de personas donde, inalcanzables los alimentos naturales para la economía de las mayorías, los pobres se veían obligados a comer productos llamados “Soylent rojo” y “Soylent amarillo”… de los cuales ignoraban eran elaborados con cadáveres humanos. ¿Sirve el comentario como analogía ante la Contingencia Ambiental Atmosférica Extraordinaria que viven los habitantes del Valle de México y, por primera vez, activada el martes por la Comisión Ambiental de la Megalópolis para los estados de Hidalgo, Querétaro, Tlaxcala y Morelos? Incluido, pues, Cuernavaca, donde ciertamente el enrarecimiento del aire no se percibe como un efecto de chimeneas de fábricas, sino a los incendios forestales… y el veneno que despide el parque vehicular. Ello nos lleva a la pregunta de si realmente sirven los centros de verificación automotriz: y comentario que en el “Atril” ha sido insistente: Antes de que este negocio fuera monopolizado por una o varias empresas de la presunta propiedad del mismo individuo, el trámite costaba menos y la calidad del servicio era mejor, ya que tardaba menos debido a que los establecimientos eran más, cuarenta en números redondos contra diez posteriores. El servicio de los centros de verificación automotriz no es malo, es pésimo, y además caro. Hacer el trámite les toma horas a los automovilistas, les cuesta tiempo, dinero y molestias, pero ninguna autoridad se ha hecho responsable, una entre varias, la Procuraduría Federal del Consumidor. En este sentido, la Secretaría de Desarrollo Sustentable a cargo de Topiltzin Contreras resultó reiteradamente, inútil cuando no que cómplice por omisión. ¿Quién o quiénes son los dueños de los verificentros? Aparentemente varios, doce nombres de empresas según la resolución de la SDS cuando en diciembre de 2016 comunicó el otorgamiento de las concesiones, pero no así las versiones en medios de negocios que entonces mencionaron a un solo dueño, foráneo, poderoso, millonario, ligado a la política. Y de haberlo, ¿de cuánto fue y es el moche? Supuestamente multimillonario, pero siendo de los asuntos que suelen ventilarse en la política extrañamente no ha sido tema de organizaciones sociales. El hecho es que en ninguna entidad donde los automóviles son sometidos a la verificación “ecológica” el servicio es tan malo como en Morelos. Son los estados de México, Hidalgo, Tlaxcala, Morelos, Puebla y la Ciudad de México que conforman la Comisión Ambiental de la Megalópolis. Malo y caro monopolizado el servicio y ya sin la intervención de la Cámara Nacional de la Industria de Transformación (Canacintra), como sucedió por años, en apariencia los centros de verificación pertenecen a una sola o a muy pocas compañías, no cuarenta y tantas como ocurrió por décadas. Lo cual desde el inicio de la asignación de los contratos despertó sospechas de corrupción, pero luego de años y hasta ahora sin consecuencias de ninguna especie. Lo que abundan son las quejas de automovilistas, porque, además de oneroso, el trámite es insoportablemente lento, y desconocido el porcentaje de vehículos que no lo aprueban pero pasan. Es la verificación vehicular, suspendida en julio de 2016 cuando las contingencias ambientales de la Ciudad de México en Morelos dieron pretexto para el borrón y cuenta nueva, desaparecidos entonces por inanición los cuarenta y dos verificentros propiedad de morelenses y sustituidos por once fijos y dos móviles de empresas fuereñas. Un negociazo, perjudicados los usuarios pues no alcanzaron los diez, ocho o menos verificadores para revisar a tantas unidades del parque vehicular. ¿Cuantas? Medio millón ya eran muchas, y más las cifras que rondan ochocientas mil y ahora se manejan… (Me leen el lunes).
Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com