Podría considerar algún “chairo” irreverente: el Parque Melchor Ocampo está “chido” para una plaza comercial”. Y, típico el vocabulario precario de los “fifís”, coincidir uno de éstos: “Sería padre, ¿ves?”. Pero hasta en ese divisionismo clasista que existe en las sociedades “avanzadas”, una idea así sería descabellada, contaria a la cultura, a la historia y, en este caso, a la flora de Cuernavaca. Para estar a tono con los anglosajismos que contaminan el lenguaje de las redes sociales, una “fake new”, una noticia falsa de toda falsedad que sin embargo algunos despistados pudieron dar por cierta. Y dado que muchos ni viendo atinan, el alcalde Antonio Villalobos Adán salió a aclarar que su administración no construirá una plaza comercial en el “Melchor”, como ha sido llamado por tantas generaciones de cuernavacenses. Venido a menos desde años atrás, ahuyentados los paseantes por la inseguridad, fue descrito así en nuestro periódico por el compañero Guillermo Tapia, el 2 de julio de 2016: “…En el corazón de la capital del estado de Morelos, se ubica el barrio de Gualupita, el cual es de los más antiguos de la ciudad; en éste se encuentra gran parte de la historia de la entidad, grabada en la arquitectura colonial que nos remonta hasta el siglo XIX . Descubierto por sus manantiales que proveían de agua a los habitantes de Cuernavaca, Gualupita fue primeramente llamado “Teomanalco”, nombre náhuatl que significa ‘manantial de los dioses’, enclavado en el bosque de Amanalco y reconocido por su vegetación. Uno de sus inmuebles coloniales históricos son los ‘arcos de Gualupita’, que en realidad son acueductos, mismos que fueron construidos cerca del año 1773, para distribuir agua del barrio a la villa de Cuernavaca, según datos del Instituto Nacional de Antropología e Historia en Morelos. ‘En la calle de Carlos Cuaglia se localiza el acueducto que llevaba las aguas de Gualupita a la villa de Cuernavaca, el cual mando construir don Manuel de la Borda en 1773, funcionando más de 140 años’, dice Juan José Landa Ávila, Cronista de la Ciudad, en una de sus investigaciones sobre el barrio de Gualupita. A un costado, en el año 1897, se construyó un parque al que se le llamó Carmen Romero Rubio, que tras la Revolución Mexicana cambio su nombre a Emiliano Zapata y posteriormente al de Melchor Ocampo, como actualmente se conoce. Estos lugares han sido clasificados dentro del Catálogo General de Inmuebles de Barrios Tradicionales del municipio de Cuernavaca. El barrio de Gualupita y el parque Melchor Ocampo forman parte del Patrimonio Histórico cultural de la capital del estado de Morelos…”. Aclarado el punto, otro que mencionó el edil “Lobo” seguramente causará reacciones encontradas, de oposición y aceptación: la reubicación del comercio ambulante. ¿En cuáles lugares específicamente? ¿La Plaza de Armas y el jardín Juárez? ¿En calles como Guerrero, Degollado, No Reelección, Aragón y León? Este día Villalobos lo precisará en una rueda de prensa. Aunque también está el predio de los edificios Chapultepec, en Clavijero, abandonados hace años, colindantes con la barranca de Amanalco, localizados a una cuadra del Pasaje Degollado y a dos de la Plaza Lido, para el que se bocetó la locura de construir una plaza comercial y tender un puente hasta el mercado López Mateo que congestionaría aún más la zona... PROBABLEMENTE la última vez que vino José José fue el martes 28 de abril de 2015. Estuvo en la Plaza de Armas, en el borde de lo que fuera el ex Puente del Mariachi para develar una placa en forma de estrella con su nombre en lo que se dijo sería el Paseo de la Fama. Agradeció más de una carretada de aplausos cariñosos, escuchó una retahíla de discursos y en seguida se fue como llegó, sin entonar ni una nota pues lastimosamente ya no cantaba ni bajo la regadera. Minada la fuerza por los excesos, hacía tiempo que de aquel chorro de voz no le quedaba ni un chisguete. Pero nada ni nadie pudieron borrar los cien millones de discos que vendió en su carrera de cantante difícilmente igualable. En los inicios de los ochenta que vino a Cuernavaca, si no en su apogeo como había estado en los setenta, su voz aterciopelada y sus canciones eran todavía el imán que atraía multitudes dondequiera que se presentaba. Creo recordar que en esa ocasión cantó en la discoteca “Marhaba”, a una cuadra de San Diego; llegó tarde y, aunque contrariado, el público lo esperó pacientemente. Entonces, antes o después tendría una casa en la avenida Palmira.  Si al columnista no lo traiciona la memoria, nunca más volvió a cantar en Cuernavaca. Enfermo como estuvo el Príncipe de la Canción los últimos años, su vida ya no era vida. Pero ahora lo podemos imaginar feliz, sereno, liberado al fin de dolencias insoportables, haciendo dueto en un “palomazo” con Álvaro Carrillo, el autor pinotepeño de quien reconocía lo metió en el romanticismo…  (Me leen mañana).

 

José Manuel Pérez Durán
jmperezduran@hotmail.com

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