En Morelos a nadie se le ha ocurrido el uso obligatorio de termómetros laser en lugares de concurrencia masiva, como una de las medidas preventivas contra el corona virus. El también llamado covid 19, del que los de Cuernavaca tenemos una pálida idea, sólo que trae locos de preocupación a gobiernos y a millones de habitantes de países asiáticos y europeos, sobre todo, pero también de esta parte de planeta. Por su alcance geográfico es una pandemia, no epidemia. Formado a las volandas, el comité oficial que encabeza la Secretaría de Salud Estatal anunció una serie de medidas, la principal, que a partir de ayer y hasta el 20 de abril no habrá clases a docenas de miles de estudiantes en los jardines de niños, primarias, secundarias, preparatorias y universidades. Lo nunca visto, excepto en las vacaciones de verano. La fase uno del plan sanitario canceló setenta actividades de turismo y cultura que estaban programadas para marzo y abril, canceló las visitas de personas de la tercera edad al penal de Atlacholohaya, pero admitió que los balnearios continuarán abiertos y, sin mencionarlos de manera explícita, los cines tampoco cerrarán pese a que al igual que los balnearios atraen multitudes susceptibles de ser contagiadas. El comité de marras no dijo que el gobierno o empresas particulares comprarán termómetros laser para que sean usados en terminales de autobuses, salas cinematográficas, edificios públicos, canchas deportivas, etc., etc. Es más: dada la obviedad de que las acciones de prevención irán aumentando, resulta imaginable que Cuernavaca se convierta en una ciudad fantasma, como de hecho lo es un tanto ya a consecuencia de la inseguridad. Sucederá entonces que apenas cierre el comercio, el centro comenzará a quedarse más desierto que la luna. La señal será el chirriar de las cortinas de las tiendas en Guerrero, No Reelección, Matamoros, Degollado y tal y tal. Para las nueve, muy poca gente caminará, irán desapareciendo las personas que esperan la “ruta” y sólo circulará uno que otro coche de particulares que al rato también se volatizarán. Un panorama de película de terror. Si de por sí la inseguridad y la violencia han convertido a Cuernavaca en una ciudad fantasma, se teme que aumenten los asesinatos, los chantajes del derecho de piso, los robos. Atrás habrán quedado los buenos tiempos, cuando por ejemplo los sábados los meseros de los cafés del Zócalo terminaban el turno vespertino con mil pesos de propinas en la bolsa, y sobre todo la tranquilidad porque no los asaltarían, les alcanzaba para mantener a sus hijos y pagar los abonos mensuales del lote ejidal donde estaba construyendo su casa. O el taxista sesentón que también vio pasar tiempos mejores y hoy la pasa mal. Luego de cubrir lo de “la cuenta” del patrón y la gasolina, sólo le quedan cien pesos y un poco más los días de quincena o de fines de semana. Resignado, comenta:
“Estamos mal, y lo peor es que el gobierno no hace nada. En esta chamba camellamos todo el día. Me paro a las cinco, manejo desde que amanece hasta las nueve o diez de la noche; después ya no hay nada, hace mucho tiempo que la gente no sale de noche”. O el bolero que tiene dos problemas: muy poco trabajo y casi nada de dinero. Los testimonios son coincidentes, de cuernavacenses de carne y hueso que hablan de lo mismo: de la violencia y la inseguridad que tienen muerta la economía en una ciudad tiste como es Cuernavaca. Y lo que falta… (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán /  jmperezduran@hotmail.com

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