El primero que cerró fue el Cuernavaca Cinema, en la avenida Manuel Ávila Camacho, hace más de treinta años. Poco después corrió la misma suerte el que originalmente se llamó Cine Gloria, en honor de doña Gloria Almada de Bejarano, esposa del exgobernador Armando León Bejarano, y luego se le nombró Cine las Palmas, en el boulevard Benito Juárez. Por la misma época desapareció el cine Olympia, en la cuesta de Motolinía, que había sido habilitado en el auditorio del sindicato de Trabajadores de Textiles Morelos. Si la memoria no me traiciona, el Cinema Cuernavaca y el cine Gloria eran propiedad de un señor apellidado Martínez, de quien se contaba llegó a Cuernavaca procedente de Veracruz. Lo vi un par de veces en mi trabajo como linotipista de la imprenta América, de los hermanos Pablo y Fructuoso Quinto en la cuesta de Salazar. Debió ser una mañana de fines de los sesenta cuando Martínez llegó acompañado de una niña como de seis años, su hija, creo, a llevar el dibujo de la programación de sus tres cines que se imprimían en papel revolución tamaño carta. Años después Martínez falleció, intestado, se dijo, y desde entonces las salas del Cuernavaca Cinema y el cine Las Palmas permanecen abandonadas. Tenían capacidad para unas ochocientas butacas cada uno, tres o cuatro veces más que las salas de los Multicinemas, al sur de Las Palmas, que en le década de los ochenta inauguraron la época de los conjuntos con tres y más recintos cinematográficos, capacidad para menos personas pero más caros. Como quiera, el tema son las citadas y otras propiedades que continúan inutilizadas. Tienen una apreciación histórica para Cuernavaca, pero sobre todo un alto valor comercial. Se supone que, si los hay, a estas alturas los herederos adeudan varios cientos de millones de pesos por el impuesto predial y otros conceptos, y que eventualmente el Ayuntamiento podría negociar un acuerdo para que ambos inmuebles pasen a ser propiedad municipal, y derribarlos, construir instalaciones con fines culturales o edificar la arena de box y lucha libre que perdió Cuernavaca en 2009, cuando desapareció la Arena Isabel en el boulevard Juárez...

Más: la casa ubicada en la punta de la subida de Rufino Tamayo guarda una historia de espanto. A fines de los setenta albergó la discoteca “Sandi”, cuyo estreno fue todo un acontecimiento en la vida nocturna de Cuernavaca, adornado el corte del listón inaugural que atestiguó el jet set tlahuica por la belleza rubia de la actriz Claudia Islas. Pero el antro “no pegó”, de modo que al poco tiempo cerró. De la mansión construida en dos niveles la leyenda urbana reseñó que era propiedad de una viejecita que murió intestada y, aparentemente sin parientes a quienes heredársela, fue habitada por una amiga de la anciana y su flamante esposo, con quien un mal día discutió y le metió un tiro, matándolo. Corrió entonces sobre la quinta con el muro de piedra que termina donde empieza la calle Rufino Tamayo una suerte de leyenda de terror que el paso del tiempo borró. Estuvo abandonada hasta mediados de los noventa, cuando el Gobierno Estatal la rescató. Hoy, salvo que de la vieja quinta no se haya apropiado alguna mafia inmobiliaria encabezada por el típico notario público que se presume gente decente pero en realidad es un pillo, se supone que continúa siendo propiedad gubernamental y vale varios millones de pesos… (Me leen mañana).

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