En noviembre de 2017, los habitantes de Xoxocotla, Coatetelco, Hueyapan y Tetelcingo se frotaban las manos; respectivamente desprendidos de Xoxocotla, Coatetelco, Hueyapan y Tetelcingo, el Congreso del Estado los estaba declarando municipios libres, autónomos, con presupuestos propios. Un año y un mes más tarde, eliminado Tetelcingo como municipio por un amparo, la nueva Legislatura les asignaba “sus” leyes de ingresos para 2019: 30 millones 357 mil pesos para Coatetelco, Xoxocotla 85 millones 847 mil pesos y Hueyapan 35 millones 618 mil. Incluida la gresca de hace un mes por límites territoriales en “Puente”, las cosas marchaban más o menos. Sin embargo, esta historia aún no termina y, según van las cosas, económicamente acabarán mal, perfilados los tres municipios indígenas a la pobreza, cercenados territorios y dineros a los abandonados. Alcalde de Puente de Ixtla, la advertencia de Mario Ocampo Ocampo seguramente coincide con sus similares del mismo dolor: la crisis financiera del municipio ixtleño se agudizará cuando entregue tenga parte de su presupuesto a Xoxocotla, lo que pondrá en riesgo los servicios públicos. Anticipó: “Va a llegar el momento en que se va a decidir qué porcentaje del presupuesto que tenemos actualmente se va a ir a Xoxocotla. Ese va a ser un problema muy grande, porque solamente de laudos laborales y de tribunal de justicia administrativa debemos 120 millones de pesos, cuando nuestro fondo para poder pagar es de 60 millones”. Y ni para dónde hacerse. El último municipio que fue creado es Temoac, contada aquí la historia en ocasiones pertinentes, entre otras cosas, para que lo sepan los políticos foráneos que piensan que todo empezó hace apenas tres años. El columnista estuvo ahí. Era 1977. En Cuernavaca a la Plaza de Armas se le podía dar vueltas en coche. Turistas y lugareños atestábamos el centro las noches de viernes y sábados, pero el 17 de marzo no cayó en fin de semana, sino en jueves, así que mucha gente no había. Llegaron pardeando la tarde, sorprendieron, pues eran cientos. Colmaron la Plaza de Armas, se les notaba extenuados luego de andar unos sesenta kilómetros, hostiles, determinados a no regresar a sus pueblos de Temoac, Amilcingo, Popotlán y Huazulco sino hasta haber conseguido su propósito. Conversaban con reporteros, decían estar hartos de ser marginados, de que los alcaldes salieran de la cabecera municipal, Zacualpan, y no de las ayudantías. Cualquier parecido con el presente es mera coincidencia. Qué iba a saber el gobernador Armando León Bejarano sobre cómo se las gastaban los pueblos del oriente. Impuesto desde la Ciudad de México como gobernador de Morelos, llegó con su séquito de la Legión Extranjera a una tierra que desconocía. Sus chamarras de piel de nonato, sus Rolex, su condición de extraño a los sentimientos de los morelenses le nublaban la visión. Aquella tarde debió sacudirlo la rebeldía de los ejidatarios, los peones, los profesores, las señoras del Morelos rural. Eran tantos que no cupieron en el Salón Gobernadores, de modo que sólo ingresó una comisión integrada por unos doscientos. Para que los de afuera pudieran escuchar lo que se iba a decir adentro, pusieron bocinas en los balcones del Palacio. Menudearon las consignas, alcanzadas a oír entre el griterío que explotaba en la explanada de abajo una que otra mentada de madre con dedicatoria directa al Gobernador. (Por cierto sobrino de Samir Flores, el activista asesinado el 20 de febrero pasado, meses atrás había sido encontrado el cuerpo de Vinh Flores Laureano, un joven profesor vecino de Amilcingo que lideraba causas sociales en comunidades de la zona oriente, de manera que sus seguidores estaban seguros de que el asesinato había sido ordenado desde alguna oficina del gobierno). Adentro no olía precisamente a rosas, hacía tres días que los andarines no se bañaban, por lo que Bejarano y los funcionarios de su círculo más cercano apretaban las narices haciendo gestos de “fuchi”. En vano Bejarano recurría a su discurso de campaña, de “la unidad morelense”. Juntos, Temoac y los tres pueblos satisfacían el requisito constitucional de tener un mínimo de diez mil habitantes para ser municipio. Sus ingresos directos se reducirían al cobro de piso del mercadito de Temoac, al lado de la entonces ayudantía municipal, ya que el impuesto predial era recaudado por el Gobierno del Estado, pero quedaban las participaciones federales que les serían suficientes. La discusión continuó, los “temoacos” se mantuvieron firmes y aguantaron hasta la madrugada, cuando por fin Bejarano cedió a la fundación del municipio 33… (Me mañana).
Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com
