Mucha agua ha corrido en las barrancas y los ríos de Morelos desde que a mediados del siglo XIX el servicio de diligencias de la Ciudad de México a Cuernavaca cubría el trayecto en una agotadora y zangoloteada jornada de doce horas, hasta nuestros días en que de la capital morelense al centro de la capital del país se invierte hora y media, el común denominador sigue siendo el riesgo de viajar. En la época del transporte tirado por caballos, el carruaje partía a las cuatro de la mañana de la calle de Plateros, hoy Eje Central, pasando por los pueblos de Tlalpan, San Ángel, Coajomulco y Ajusco y, por ahí del mediodía, viajeros y viajeras con las asentaderas hechas polvo llegaban al mirador de la sierra del Chichinautzin en el pueblo de Huitzilac.
En septiembre de 1926, el presidente Calles inaugura la carretera México-Puebla… y protagoniza la paradoja: encabezó lo que sería el primer embotellamiento que se produjo en México, a consecuencia de la avalancha de dos mil automóviles que se lanzaron a la carretera para estrenarla.
A principios de marzo de 1927, es inaugurada la carretera MéxicoPachuca. Siguió la construcción de carreteras federales, como la México-Acapulco y la México Guadalajara, puesta en servicio la primera el 20 de noviembre de 1927 y la segunda en junio de 1929. El 5 de mayo de 1950, el presidente Miguel Alemán Valdés cortó el listón simbólico de la carretera de Ciudad Juárez (Chihuahua) a Ocotal (Chiapas), con un trazo de 3 mil 446 kilómetros que la convirtió en una de las más largas del mundo.
Autopista México-Cuernavaca. El periódico “El Informador”, de Cuernavaca, refirió a los días 16 y 18 de noviembre de 1952 “el entusiasmo de los hoteleros por la inminente apertura de la carretera de cuota”. En ese contexto, la revista de la Asociación Mexicana Automovilística (AMA) señaló que “en cincuenta minutos, a través de la espléndida supercarretera, se puede llegar a Cuernavaca, hospedarse en las distintas opciones hoteleras, Casa Latino Americana, Posada Arcadia, Hotel Capri, La Joya, el Chulavista y, por supuesto, El Casino de la Selva”. Una vez instalados, los viajeros podían gozar del “clima delicadamente de trópico templado de Cuernavaca”. Sólo tres años después, en enero de 1955 ya estaba completo el único tramo carretero de altas especificaciones con longitud de 160 kilómetros, con el cual se comunicaban de manera fluida y segura la Ciudad de México e Iguala. Claramente significaba un avance notable del enlace carretero.
En 1962, Cuernavaca ya padecía “serios problemas de congestionamiento vial” –nada comparados con los de hoy–, por lo que una de las primeras acciones del presidente Adolfo López Mateos consistió en la construcción del libramiento de 14 kilómetros que fue inaugurado el 1 de agosto de ese año. Casi al mismo tiempo comenzó el desplazamiento de lo que sería el tramo La Pera-Cuautla, inaugurado en junio de 1965. Medio siglo más tarde, la ampliación La Pera-Cuautla estaba atorada por un amparo interpuesto por los tepoztecos, hasta que Andrés
Manuel López Obrador llegó a la Presidencia y lo destrabó.
Luego de sesenta años de haber sido construido, el libramiento fue rebasado y sustituido por el Paso Exprés, donde desde el principio los problemas no se hicieron esperar. El entonces titular de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz
Esparza, se comprometió a que en año y medio estaría lista la ampliación a diez carriles –angostos, apretados, peligrosos–, pero se venció el plazo y cuando al fin quedó terminado la profusión de accidentes le ganó el mote de Paso de la Muerte. A los dieciocho meses del inicio de la transformación del viejo libramiento ya había arrojado una treintena de accidentes más la muerte de ocho automovilistas. Y así hasta hoy… (Me leen mañana).
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