Desplazarse en la oficina móvil del alcalde Antonio Villalobos Adán debe ser una maravilla. Permite ver mucho –personas, vehículos, aciertos, errores y problemas– en un ángulo de 360 grados. Y lo más importante: facilita la comunicación con la gente, de manera directa, espontánea, sin maquillajes. Cosas incluso “coloquiales” como que, autodeclarado enemigo de endeudar al Ayuntamiento, el edil anda gestionando recursos federales por cerca de 37 millones de pesos para invertir en obra pública y en el Sistema de Agua Potable y Alcantarillado de Cuernavaca. O deducir, por sentido común y circunstancias “políticas” que son del conocimiento público, las identidades, oficios y ocupaciones de funcionarios con muy mala leche que se valen de terceras personas para sabotear el desarrollo de Cuernavaca. Obvio: son fuereños, corsarios de la política, pues, en una situación coyuntural que nada tendría de mala si no fuera porque se pasan de vivos y se olvidan que no son de aquí, lo cual tampoco sería criticable a no ser las actitudes de perdonavidas. La analogía política: no saben que cuando llueve en Cuernavaca parece que caen sapos gordos del cielo y varios revientan. Los relámpagos iluminan el horizonte, los truenos suenan más fuerte por el eco de las barrancas, el agua corre caudalosa en las calles de bajada. A los diluvios estamos acostumbrados los cuernavacenses, nos preocupamos pero no nos asustan. Pero no así a los forasteros, como el chilango al que cierta vez vio el columnista aterrado, hincado, implorando que cesara el aguacero. Sabemos que aquí llueve de noche, que brilla el sol de día y que en esa época las historias se repiten. No tarda en suceder. Tras el chaparrón de la noche, es común que los reportes de Protección Civil informen sobre afectaciones; que el nivel del río Apatlaco suba más de un metro, que, rescatado por los bomberos, en alguna colonia la crecida arrastre a un hombre borracho. Pasada por agua gran parte del territorio estatal, es cuando las lluvias se enlazan de junio hasta septiembre o más tiempo. Hay gente que aún se acuerda que veintiún años atrás se desbordó el río Yautepec, y en 2013 el Amacuzac. Con diferencias apenas notables dadas las afectaciones por los desastres, de 2009 a 2013 se registraron severos daños por inundaciones. De acuerdo a los especialistas del clima, el tiempo para la crecida de los ríos en temporadas “normales” de lluvias eran ciclos de diez años. La más grande inundación que recordamos data de 1998, en la que el nivel del río Yautepec sobrepasó dos metros y los perjuicios fueron gravísimos pero no al grado de once años después, cuando en agosto de 2009 el caudal rebasó los diez metros sobre las orillas del cauce. El del 14 y 15 de septiembre de 2013 se consideró como un “desbordamiento histórico” del río Amacuzac: dejó en seis comunidades de ese municipio, de Puente de Ixtla y Jojutla decenas de familias sin hogar, pérdidas de ganado, cultivos y múltiples averías en caminos y carreteras. Cajones y Huajintlán (Amacuzac), El Coco y El Estudiante (Puente de Ixtla) y Tehuixtla, Chisco Río Seco y Vicente Aranda (Jojutla) fueron golpeadas por el agua. El reporte de daños incluyó el puente La Fundición que enlaza las comunidades de Tilzapotla, La Tigra y El Zapote en la sierra de Huautla… Aquella crecida: El desastre se acumuló en cinco horas. De las 11 de la noche del martes 25 a las 4 de la mañana del miércoles 26 de agosto de 2009, la intensa lluvia y el torrente acumulado desde Los Altos de Yautepec provocaron una “crecida histórica”, alcanzando 10.80 metros. En 300 minutos pasaron como caballos desbocados 108 mil litros o 108 metros cúbicos por segundo. Incontenible, la corriente inundó dos mil casas, el mercado municipal, cientos de comercios en el centro de la población así como una veintena de escuelas. Mientras en el centro el aluvión alcanzó quince calles cubiertas por 60 centímetros de lodo, nueve colonias se perfilaban al desastre: Santa Lucía, Flores Magón, Itzamatitlán, Jacarandas, Ixtlahuacán, Felipe Neri, Centro Rancho, San Juan y Cuauhtémoc. Y eso que nueve días antes hubo un aviso del incremento del cauce de 7.8 metros. En Tlaltizapán, donde desde las dos de la mañana se dio la voz de alerta por la crecida del río, resultaron dañadas trescientas viviendas en la cabecera municipal, Temilpa Viejo y Ticumán. Poco más de un año después, el martes 7 de septiembre, otra inundación dañó un centenar de viviendas en Jiutepec y Yautepec. Desde entonces y antes la furia del dios Tláloc no ha dejado de hacerse sentir. Por estos días habrá que impermeabilizar techos y destapar coladeras. Verán a Villalobos dirigiendo una cuadrilla. Los que de aquí somos lo sabemos… (Me leen mañana).

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