Volviendo al contenido estratégico del Plan de Ayala, en el libro “El Ejército campesino del sur, ideología, organización y programa”, de Valentín López González, los interesados en la Historia se pueden dar cuenta de un total de diecinueve documentos que resumen la base ideológica ampliada del Plan.

Hay que decir que la numerosa y heterogénea delegación zapatista (compuesta por igual por intelectuales que por trabajadores) mostró ante los representantes revolucionarios la validez del Plan de Ayala, para la satisfacción de las necesidades económicosociales del hombre del campo. Suscitó acalorados debates, pero al final triunfó y fue aceptado por la Convención. La participación de elementos zapatistas le dio un carácter esencialmente agrario a la Convención, especialmente cuando tuvo su sede en Cuernavaca, entre 1915 y 1916. A la vez, fue notable que “el acercamiento tendiente a resolver el problema obrero –como preocupación general– se hizo evidente”, dijeron los intelectuales zapatistas.

De tal forma, el resultado fue una alianza obrero-campesina impulsada por el discurso zapatista del Plan de Ayala, cuyo producto fue el Programa de Reformas Político-Sociales de la Revolución del 18 de abril de 1916. Puntos esenciales de ese programa de acción se pueden ver a detalle en documentos como “La Exposición al Pueblo Mexicano y al Cuerpo Diplomático” (Tlaltizapán, 1 de octubre de 1916), así como en la serie de manifiestos, cartas y circulares con fechas de enero, abril, julio, diciembre de 1917; marzo, abril, mayo, diciembre de 1918 y enero, febrero y marzo de 1919, incluidas en el libro del ex alcalde de Cuernavaca y cronista, Valentín López González.

Otra de las obligaciones de propaganda encomendada a la ya mencionada Junta Intelectual, fue la elaboración de un periódico “destinado a defender y sostener los intereses de la Revolución”, además de vigilar la prensa y la correspondencia: “…En casos de ataques injustificados de la prensa la Junta Intelectual está obligada a sostener el prestigio y buen nombre de la Revolución; sostener la polémica por la misma vía y dejar la precisa buena impresión en las masas sociales. La Junta Intelectual debe rendir una noticia de sus gestiones a la Junta Revolucionaria...”, dice a la letra dice la recopilación de Valentín López.

Fue así que se proyectó “Sur”, periódico del que sólo apareció un número debido a las difíciles condiciones para su edición. Sin embargo, en la lectura de cartas y manifiestos, principalmente, se advierte el discurso radical y beligerante, dictado bajo la propia intransigencia del zapatismo y estilizado por los intelectuales de la Junta, cuya creación pone en evidencia el papel otorgado por el zapatismo a la defensa y divulgación de sus planes e ideas, lo cual quedó plasmado en el acta constitutiva y el reglamentos de la Junta Revolucionaria y Junta Intelectual del Sur y Centro de la República, el 2 de junio de 1913 en Tlaltizapán.

Esos ataques retóricos contra el sistema conservador del “porfirismo científico” –y su “mátenlos en caliente”– son la constante de tales escritos, los que continuarían en las “cartas abiertas” a la defección de Pascual Orozco y la usurpación de Victoriano Huerta, ambas de abril de 1913.

La combinación del radicalismo campesino e indígena, asumido por Emiliano Zapata, y el toque ideológico-literario de profesionistas como Otilio Edmundo Montaño Ruíz, Antonio Díaz Soto y Gama y Gildardo Magaña, principalmente, es patente de principio a fin en los casi diez años de lucha armada. En la misma redacción final del Plan de Ayala, hecha por Otilio Montaño y José Encarnación Sánchez, se advierte esa combinación del impulso original de la lucha y la escritura profesional, proclamando conceptos esenciales y el sustento de la opción armada, tomados del programa del partido magonista. Para ilustrar lo anterior, vale incluso la pena reproducir un fragmento del Plan: “Los que suscribimos, constituidos en junta revolucionaria para sostener y llevar a cabo las promesas que hizo al país la revolución de 20 de noviembre de 1910 próximo pasado, declaramos solemnemente ante la faz del mundo civilizado que nos juzga y ante la nación a que pertenecemos y amamos, los propósitos que hemos formulado, para acabar con la tiranía que nos oprime y redimir a la patria de las dictaduras que se nos imponen, las cuales quedan determinadas en el siguiente plan…”.

Pero ahí no para el asunto. De las influencias y raíces del documento, el investigador gringo de Harvard, John Womack, indica que “la fantasía un tanto barata de la retórica del Plan era sin duda obra de Montaño, maestro de escuela mal pagado que había estudiado en los libros de texto producidos por el sistema educativo de Porfirio Díaz y que se debía principalmente al educador mexicano Justo Sierra”.

En palabras de Womack, además de “maestro rural mal pagado”, el primer mártir del agrarismo no fue Emiliano Zapata, sino Otilio Montaño… (Me leen mañana).

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