El quid del programa del alcoholímetro es cómo aplicarlo sin afectar la economía de la vida nocturna, desplomada en Cuernavaca por la atmósfera de inseguridad y violencia que, sin haber sido siquiera regular en el pasado inmediato, durante el último ha sido más cruenta que nunca antes. Pospuesto por al menos las dos últimas administraciones municipales, el alcalde Antonio Villalobos Adán intenta poner a funcionar el programa conduce sin alcohol el año próximo, que salvará vidas, pero sin que cause afectaciones irreparables a las personas que dependen económicamente de bares, antros, restaurantes. Las historias son recurrentes, de parrandas prolongadas hasta altas horas de la madrugada, el amanecer o ya entrada la mañana conduciendo a gran velocidad, volcados o estrellados con vehículos tripulados por personas en su sano juicio que sin deberla ni temerla a veces encuentran la muerte. Borrachos siempre habrá, pero hasta practicar el “deporte” de empinar el codo es posible con cierto orden. Uno: cerrar los antros más temprano, máximo a las dos de la madrugada, y dos: imponer el alcoholímetro no sólo en Cuernavaca, Jiutepec y Temixco, también en otros municipios con altas incidencias de accidentes vinculados al consumo de alcohol donde no existe este programa. Primero está la vida de los clientes que la economía de los dueños de negocios etílicos. En México mueren unas 24 mil personas al año por accidentes automovilísticos, en su mayoría vinculados a la ingesta de alcohol, arrojando una cifra que algunos años ha ubicado a nuestro país en el séptimo lugar de incidencia, con una cincuentena de muertos al día. Puesto paulatinamente a funcionar en otras entidades, se considera que el programa Conduce sin Alcohol reduce entre el 35 y el 40 por ciento el peligro de accidentes relacionados con el consumo excesivo de bebidas espirituosas. Pero no en Cuernavaca, pospuesta una y otra vez la implementación de esta medida de gobierno pese a su efecto recaudador de ingresos y, sobre todo, que salva vidas evitando accidentes mortales. Instaurado desde 2013 en la Ciudad de México, se anunció que aquí empezaría a funcionar en diciembre de 2017, a partir de lo cual a los conductores que fueran pillados pasados de copas las parrandas les saldrían en 6 mil 67 pesos más IVA. Eso sin contar las balconeadas a ellas y a ellos, grabados por video cámaras en los puestos de revisión, y para que además de moral la cruda fuera física, pasar unas horas en la mazmorra del juzgado de paz del mercado ALM que no son como las instalaciones de El Torito del ex De Efe, allá limpias y amplias, y estrechas y pestilentes aquí. Pero nuevamente el alcoholímetro fue cancelado, dizque por “exceso” de dinero en el Ayuntamiento para construir instalaciones adecuadas. Tratándose de la guerra al vicio y el combate a la inseguridad, “Toño” Villalobos ha hecho lo que presidente municipal alguno. Ordenó cerrar antros de vicio a diestra y siniestra. Bares, “vinatas”, botaneras y piqueras sumaron veintinueve clausuras el tercer fin de semana de junio pasado. Y contando, ya que los operativos de revisión continuaron no sólo en la avenida Universidad, donde irónicamente la beca-salario multiplicó las “chelerías”, también en la Barona, en otras colonias, en la avenida Paseo del Conquistador y en otros rumbos de la ciudad. Más aún: suspendido el pago de refrendos, también lo estivo la emisión de nuevas licencias de funcionamiento, así que a la batida contra negocios irregulares no se le vio un propósito recaudatorio, sino de recomposición del tejido social pues tácitamente combate al alcoholismo... Lo que, para que lo sepan los funcionarios fuereños que de Morelos sólo saben que cuando eran niños sus papás los traían al balneario o a “gorrear” a los amigos que tenían casa con alberca en Cuernavaca, trae a cuento “La Ruta del Sol”. Le decían así los adoradores de Baco. Arrancaban las noches de viernes en el centro de Cuernavaca, seguían en El Polvorín, compartiendo la cena ya de madrugada; luego a Temixco y a Zapata, pillados allí por los primeros rayos del astro rey; dependiendo del aguante, el regreso a Cuernavaca era a las siete u ocho de la mañana, rematada la parranda maratónica con una pancita en el mercado López Mateos, y sólo hasta entonces, secos ya los bolsillos y vacío el tanque de gasolina, retirarse a casa. Pero en aquel entonces se podía porque había seguridad, no como por estos días cuando el funcionario intruso reedita el pretexto del gobierno de Graco Ramírez con el “consuelo” de que violencia no sólo hay en Morelos, también en otras entidades… (Me leen mañana). 

 

José Manuel Pérez Durán
jmperezduran@hotmail.com 

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